Entre 1984 y 1985, Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari se encontraron cada semana en Radio Municipal para hablar de literatura. Eran diálogos de veinticinco minutos, con tema libre. Borges, de hecho, había pedido no saber de antemano de qué iban a hablar: recién se enteraba cuando prendían la luz roja que decía “Aire”. Hablaban de literatura y la literatura, para Borges, quería decir la vida.
Hay una larga tradición de libros de diálogos con Borges. Ahí están Borges. Sus días y su tiempo, de María Esther Vázquez, las siete conversaciones con Fernando Sorrentino, el exquisito Borges, el memorioso, de Antonio Carrizo, un largo etcétera. Las charlas de Osvaldo Ferrari también tuvieron destino de libro.
En la década del 80 salieron por Grijalbo, luego siguió la reedición ampliada de Sudamericana. Y ahora Los diálogos salen en una edición definitiva por Seix Barral. Son 118 diálogos que componen el Aleph perfecto del pensamiento borgiano: hablan de política, historia, religión, hablan de sueños, del I Ching, de la filosofía, del amor. Y también de Kafka, Wilde, Lugones, Macedonio, Flaubert, el propio Borges.
“A esta altura de su vida”, dice ahora Osvaldo Ferrari, “el pensamiento de Borges se había concentrado tanto que necesitaba volcarse en palabras. Casi diría: vaciarse en palabras”.
Conversaciones con un erudito
Es un día de verano en Buenos Aires y en la casa de Ferrari sólo se escucha el zumbido grave de un ventilador. El living de techos altos recuerda en un punto la arquitectura racionalista de la casa de Victoria Ocampo donde funciona el Fondo Nacional de las Artes. Hay estatuas y cuadros de gran tamaño. Sobre una mesa junto al sillón está la bellísima edición de Los diálogos en japonés.
Ferrari mantuvo encuentros por radio con muchas figuras de la cultura, como Alberto Girri y Víctor Massuh, también con Ernesto Sábato, que iba a verlo a Continental cuando salía de las reuniones de la CONADEP. Pero son los diálogos con Borges lo que lo han situado en un lugar central de la literatura. El libro se tradujo a muchos idiomas; entre otros: francés, inglés, italiano, alemán, portugués, ruso, polaco, chino. En poco tiempo saldrán en turco.
—¿Cuánto explican los diálogos la obra de Borges?
—Eso lo debe ver cada lector, pero están abiertas todas las posibilidades. Estos diálogos explican al hombre. Y creo que hay una clave en verlo como hombre para entender cómo llega a su obra. Por ejemplo, en uno de los diálogos hablamos de cómo nace y se hace un texto de Borges. En ese sentido, él hacía una diferencia entre el hombre de talento y el hombre de genio. El hombre de talento tiene su don dado y debe cultivarlo y esforzarse para trabajarlo en su obra; el hombre de genio no necesita hacer nada porque recibe. Ahora bien, para explicar el comienzo de un relato o un poema, decía: “De pronto percibo que he recibido algo y luego intervengo yo”.
—¿Cuánta biblioteca había que tener para hablar con Borges?
—Había que tener un espíritu de cultura y el milagro ocurría. Yo de ninguna manera he sido un erudito, pero, si pude seguirlo, fue por una vocación cultural, por una vocación literaria. Además, como él dice en el prólogo que escribió el 12 de octubre de 1985, hemos hablado a través de nosotros o quizá a pesar de nosotros.
—¿Qué quería decir?
—Que a lo mejor hubo otra cosa que nos condujo. Él nos recordó tantas veces que el Espíritu sopla donde quiere. Eventualmente sopló sobre nosotros.
—¿Era muy titubeante en sus respuestas?
—No, porque, al hablarle de literatura, bastaba decir, digamos, “Kipling”, para que se lanzara y se extendiera inmediatamente. En clave literaria, Borges no titubeaba.
—Con Borges uno tiene la impresión de que siempre ya había leído todo antes. Se menciona un autor, un tema, un libro y él ya lo había leído. ¿Era así?
—Él registraba la literatura muy vastamente. La cultura de Borges es muy amplia, es una cultura universal. Hay una manera borgeana de ver la cultura: es una manera que incluye a la literatura y a todas las demás disciplinas. En los diálogos, el secreto fue hablarle de literatura y, dentro de la literatura, de sus preferencias de autores y obras. Desde la literatura se extendía a la política, a la filosofía, a las religiones, a la actualidad, a todo lo que le interesara. En ese sentido, Borges creó distintas teorías literarias que no están del todo estudiadas.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo: Borges y los sueños. Eso lo podemos ver hasta en un cuento como “Las ruinas circulares”, donde a través de los sueños se le da forma a un hombre. Para entender a Borges, hay dos pasiones que lo caracterizaban: la pasión literaria y la pasión ética. La ética tenía un lugar muy serio en él. Su idea era que debíamos llegar a ser éticos aún al soñar. También hay un diálogo entero sobre Cristo: él pensaba que Cristo no fue un dios, sino el hombre más extraordinario de la humanidad.
—Hablan mucho del tiempo, también. Una de las obsesiones de Borges.
—Es casi la obsesión esencial. Según él, estamos hechos del tiempo. Tiene una teoría corporal sobre el tiempo: el tiempo es más real que nosotros. También hay una teoría de Borges sobre el amor. Es un pensador literario con distintas teorías.
—¿Era dado a escuchar él o era más dado a hablar?
—Las dos cosas. Escuchaba y hablaba. A esa altura de la vida estaba en el ápice de su inteligencia, de su lucidez y de su sabiduría.
—Se lo pregunto porque tengo una observación con la que puede no estar de acuerdo: en los libros de diálogos de Borges siempre hay un momento en que él parece olvidarse que está hablando con otra persona y se deja llevar por sus pensamientos.
—Le gustaba la digresión. Y también sabía que, como dice el escritor Jorge Andrés Paita, en esas digresiones resultaba delicioso. Por supuesto, dado que cada conversación tenía un tema, a mí me tocaba traerlo de regreso. Pero a veces esas digresiones eran tan interesantes que yo me extendía con él sobre ellas. En cuanto a que él prescindía del interlocutor, su pensamiento se ampliaba permanentemente y el diálogo era el canal ideal para hacerlo, más aún que la escritura. Por eso resulta desbordante.
—Cuando uno confronta las respuestas de Borges en distintos libros de diálogos encuentra que, ante la misma pregunta, daba respuestas contradictorias. ¿Mentía mucho?
—No. Yo creo que repetía creativamente. Entonces las enriquecía de otra forma.
—Bueno, pero con Sorrentino hablan de la Biblioteca Miguel Cané, donde trabajó entre el 38 y 46, y Borges dice que la recuerda con mucho cariño. Y a usted le dice que no le tenía cariño para nada.
—Creo que pudo ser capaz de que le ocurrieran las dos cosas porque mientras fue un modesto empleado de esa biblioteca escribió la parte central de su obra. Entonces, algún recuerdo particular tiene que tener.
—¿Era malvado Borges? En el diario de Bioy se ve ese costado más irónico y malévolo con otros autores.
—Yo creo que es al revés. Era bondadoso y generoso. Hay que explicar ese otro libro, donde yo aparezco varias veces, así que lo valoro enormemente. Borges y Bioy fueron educados bajo la premisa de que siempre hay que decir la verdad. En ese libro se permiten cuestionar a figuras consagradas con total libertad, pero no mienten. En cuanto a opiniones sobre otros autores, indudablemente Borges ha tenido distintos criterios a lo largo del tiempo. Murena decía que Borges era un magnífico espíritu de destrucción. Lo que yo puedo decir es que lo que él opinaba sobre alguien, así fuera disvalioso, era auténticamente verdadero. Borges tuvo encuentros y desencuentros. Por ejemplo, con Martínez Estrada, de quien dijo que fue un gran poeta y luego le hizo críticas. Y a la vez cuando a Borges lo nombran director de la Biblioteca Nacional, Martínez Estrada le dijo “turiferario a sueldo”, lo cual es una gran injusticia.
—Borges murió hace casi cuarenta años y su “sombra terrible” ya no está tan presente en la literatura. ¿Cómo nos relacionamos hoy con Borges?
—En vez de ver en él una sombra terrible, yo veo una sombra beatífica para la cultura y la literatura del país. Borges es un fenómeno cultural. Hay disciplinas científicas que encuentran concomitancias en su obra. Así tenemos los libros Borges y la física cuántica, Borges y las matemáticas. Hay una extensión de su figura como fenómeno cultural que va más allá de la literatura y nos representa ante el mundo. Borges tenía vocación de universo.
—Otra vez el Aleph.
—¡Claro! Él nos instaba a ser cosmopolitas. Bueno, él era un gran ciudadano del mundo. Los escritores, después de la muerte generalmente declinan, pero en el caso de Borges al revés. Su figura se expande, lo cual es una satisfacción para la Argentina. La cultura argentina en su versión borgeana es universal.
—¿Cuánto intervino Kodama para preservar la obra de Borges?
—No puedo responder esa pregunta. Nunca lo evalué.
—¿Por qué dejaron de hacer los diálogos?
—Se cortaron porque se fue del país. Se fue entre noviembre y diciembre del 85.
—¿Ustedes sabían que estaba enfermo?
—Él a mí nunca me dijo nada de la enfermedad. Hay que saber algo: cuando se cumplieron cien años del nacimiento de Borges, hubo distintas exposiciones y celebraciones de ese aniversario. Una fue en el Palacio San Martín de la Cancillería. En una de las salas estaban los agravios que había recibido a lo largo de su vida. Estaban los agravios del peronismo, del antiperonismo, del nacionalismo, del fascismo, del nazismo, del comunismo, del marxismo, de todos los ángulos de la política. Por supuesto, había otra sala con los desagravios, pero los agravios lo dejaban a uno impresionado al extremo. En su honor hay que decir que, a pesar de semejantes ataques, nunca se fue de la Argentina. Le ofrecían enseñar en Harvard, le ofrecían enseñar en la Sorbona con las mejores condiciones económicas. Y nunca se fue. Fue argentino al extremo. Por eso no puedo aceptar que me digan que a los 86 años se quería ir. No es justo.