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Borges publicó el cuento más político de Cortázar: ¿Los unía el antiperonismo o los separaba la ideología?

El discutido “Casa tomada” salió por primera vez en una revisa que dirigía el autor de “El Aleph”. Quien, además, inició su colección “Biblioteca Personal” con un volumen de cuentos de Cortázar. Sin embargo, en privado lo criticó con aspereza.

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Jorge Luis Borges y Julio Cortázar
Borges publicó a Cortázar en «Los anales de Buenos Aires»

En 1985, la editorial Hyspamérica lanzó la Biblioteca Personal Jorge Luis Borges. Los libros se vendían en los puestos de diarios y salían de a un título por semana. Era otro mundo, uno en el que las publicaciones impresas marcaban los días y uno esperaba que fuera lunes a la noche para comprar El Gráfico y martes a la tarde para comprar la Biblioteca Personal. Los libros eran de tapa dura; negros, con letras plateadas y tenía el perfil de Borges como un sello. Las hojas eran de un tono blanco perla. La impresión rugosa del offset les daba la consistencia de una fotocopia hecha de otra fotocopia.

Se dice que habían pensado una colección de cien libros, pero la muerte de Borges dejó la serie inconclusa: una serie infinita. En total, salieron unos setenta volúmenes. Ahí están Bartleby el escribiente, de Melville, América, de Franz Kafka, una recopilación de relatos de Ariwara No Narihira, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, La piedra lunar, de Wilkie Collins, que salió en dos tomos (el 6 y el 7). Cada uno venía con un pequeño prólogo de Borges, que, a diferencia de la nota preliminar con la que presentaba las novelas policiales de El séptimo círculo, tenían un tono más personal.

Llamativamente, el primer ejemplar de la Biblioteca fue una selección de cuentos de Julio Cortázar: dieciséis cuentos que componían una suerte de “grandes éxitos cortazarianos” y que, en poco más de 200 páginas, echaban por tierra muchos mitos y habladurías sobre la rivalidad de estos dos grandes escritores.

Cuándo se conocieron Borges y Cortázar

En 1946, Borges era secretario de redacción de Los anales de Buenos Aires, una revista casi secreta —en sus palabras— que duró menos de veinte números y replicaba a escala la línea editorial de la revista Sur. Colaboraban, sin embargo, escritores muy relevantes de la época: desde Ezequiel Martínez Estrada hasta Manuel Peyrou, pasando por Estela Canto, Rodolfo Wilcock, Guillermo de Torre.

Borges publicó en Los anales varios de sus cuentos más famosos: «Los inmortales», «Los teólogos», «La casa de Asterión» —que, según parece, lo escribió en una tarde cuando vio que le quedaba una hoja en blanco para mandar la revista a imprenta—. También escribió ensayos sobre Wells, Whitman, Chesterton, etc. En Los anales salieron fragmentos de Museo, que Borges y Bioy Casares escribieron con el seudónimo B. Lynch Davis, y grabados e ilustraciones de Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Raúl Soldi, Xul Solar, Marie Elisabeth Wrede, Mariette Lydis.

Una tarde, decía Borges en el prólogo al libro de Cortázar, “un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta”.

«Casa tomada» salió en el número de diciembre —el número 11— de Los anales, entre un cuento de Petit de Murat y un soneto de Molinari. Estaba ilustado por Norah Borges, por un pedido de ella misma. Eran dos ilustraciones. En la primera, los hermanos del cuento estaban sentados a la mesa y ella tejía mientras él miraba estampillas con una lupa; en la otra se veía el frente de una casa. Una de las ventana tenía una cortina corrida, pero la sombra de adentro no dejaba ver quién estaba. Una imagen bucólica, pero a la vez amenazante.

Años después, contaba Borges, los dos escritores se encontraron en París, y Cortázar le confió que ésa había sido su primera publicación: “Me honra haber sido su instrumento”. (En realidad, Cortázar ya había publicado el poemario Presencias, pero lo había hecho con el seudónimo Julio Denis).

Casa tomada por peronistas

Parafraseando el famoso poema de Borges, en aquel tiempo, él y Cortázar no estaban unidos por el amor, sino por el espanto: en 1946 se había dado el ascenso definitivo del peronismo. Con los años, la interpretación más establecida de «Casa tomada» iba a definirlo como un cuento antiperonista —la casa tomada como alegoría de la Casa Rosada— a partir de las intervenciones de Germán Rozenmacher y Juan José Sebreli. El primero, con el cuento «Cabecita negra», una suerte de reescritura de la historia cortazariana; el otro, con un análisis en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, donde sostenía que Cortázar expresaba en clave fantástica la “angustiosa sensación de invasión que el cabecita negra provoca en la clase media”.

Carlos Gamerro trabajó en Ficciones barrocas (publicado por Eterna Cadencia en 2010) la lectura política de «Casa Tomada». Si todavía persiste en el tiempo, decía, no es porque el peronismo sea esencial para leer el relato, sino porque ese relato y otros como «Bestiario», «Las puertas del cielo», «La banda» y la novela «El examen», se han vuelto esenciales para leer el peronismo. “La lectura en clave cortazariana del peronismo”, escribía Gamerro, “no cesó de desarrollarse y elaborarse, hasta superponerse con el peronismo mismo”.

Lo interesante, sin embargo, es que Cortázar, aunque alguna vez aceptó como válida esa lectura, nunca pretendió —como sí lo hizo Borges con el Poema conjetural — que, en su origen, el cuento hubiera tenido un componente antiperonista. En las clases de literatura que dio en Berkeley en 1980 y también en muchas entrevistas a medios nacionales e internacionales dijo que la historia había sido producto de una pesadilla. “Esto, por supuesto”, decía Gamerro, “no refuta la interpretación; a lo sumo la complica: el peronismo engendró la pesadilla y la pesadilla inspiró el cuento”.

En aquel prólogo, quizá porque él también estaba metido en el laberinto, Borges evitaba hacer cualquier análisis por fuera del argumento. Decía: “El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia. En ulteriores piezas Julio Cortázar lo retomaría de un modo más indirecto y por ende más eficaz”.

Marechal, la cuña entre Borges y Cortázar

Dos años después de que «Casa tomada» saliera en —para entonces, la ya extinta— Los anales de Buenos Aires, Leopoldo Marechal publicaba su novela Adán Buenosayres, y toda la intelectualidad porteña sintió el temblor bajo sus pies.

Marechal no sólo había reescrito el Ulises con la imprudencia de incluir personajes basados en Xul Solar, Borges y Victoria Ocampo —que llevaba la peor parte y la trataba como una especie de vampira sexual—, sino que había cometido el pecado de decirse peronista. Había sido yrigoyenista en la juventud, había tenido amistades a izquierda y derecha, pero la movilización del 17 de octubre le había cambiado la vida y se había entregado abierta yfrancamente al nuevo movimiento. Cuando salió el libro, el ajuste de cuentas fue terrible. Eduardo González Lanuza y Emir Rodríguez Monegal lo definieron con metáforas escatológicas. Eduardo Mallea le encontró cientos de defectos. Anderson Imbert dijo que era “un bodrio con fealdades”. Borges y Bioy lo despreciarion y borraron sus poemas de las ediciones posteriores de la Antología poética argentina.

El primero —el único— que lo defendió fue Julio Cortázar. Escribió una extensa reseña muy elogiosa en la revista Realidad que comenzaba así: “La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa”. A lo largo de varias páginas, Cortázar desarmaba el mecanismo de la novela, festejaba la poética de Marechal y, poniendo en blanco sobre negro el porqué del enojo de los otros, destacaba el humor del libro. “Tal como lo veo, Adán Buenosayres constituye un momento importante en nuestras desconcertadas letras. Para Marechal quizá sea un arribo y una suma; a los más jóvenes toca ver si actúa como fuerza viva, como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro. Estoy entre los que se creen esto último, y se obligan a no desconocerlo”.

Quince días después de que saliera la reseña, Cortázar empezó a recibir amenazas telefónicas.

La política, o el juego de enredos entre el gato y el ratón

Además de la mención en La vuelta al día en ochenta mundos, hay por lo menos dos cuentos en los que Cortázar hace un homenaje explícito a Borges. «La noche boca arriba» es la versión en clave fantástica de «El sur». «Bestiario» es aún más evidente: la trama pasa en la estancia de los Funes, hay un personaje que se llama Luis —que come en la cabecera de la mesa y lee todo tiempo— y un tigre que ronda la biblioteca.

Por el contrario, Borges nunca consideró los cuentos de Cortázar como punto de partida de los suyos. Durante algún tiempo, incluso, dijo que sólo había leído «Casa tomada». Debieron pasar muchos años hasta que afirmó que lo leía y le gustaba. “Algunos cuentos de él me parecen excelentes”, le dijo a Antonio Carrizo en una entrevista de 1984, “pero, en cuanto a las novelas…”. La distinción que hace Borges es también la de la crítica: como si fueran textos de autores diferentes, los cuentos de Cortázar son estructuras cerradas y autosuficientes, mientras que las novelas son eclécticas, abiertas, experimentales.

Se vieron pocas veces; Borges exageraba que había sido sólo dos o tres. Pero, ¿pudieron haber sido amigos? La respuesta, como un ripio inevitable de la Argentina crispada, está en la política. “Desgraciadamente nunca podré tener una relación amistosa con él porque es comunista”, dijo Borges, después de elogiar su literatura en una congreso en Córdoba en 1968. Cincuenta años antes, Borges había saludado la revolución bolchevique con un libro de poemas que iba a llamarse Los salmos rojos o Los ritmos rojos. Pero muy prontamente —él decía que después de ver El acorazado Potemkin— se había desilusionado de la Revolución y ese libro nunca salió a la luz.

En público, Borges siempre habló de Cortázar con respeto y cordialidad, pero en el maravilloso compendio de maledicencias que es el diario de Bioy Casares hay mucho desprecio: “Parece que ahora divide a la gente en buena o mala, id est, comunista o reaccionaria”, “¿Cómo no se da cuenta de que Fidel Castro es el Perón de Cuba?”, “Fuera de Rusia es muy fácil ser escritor comunista. Basta decir que uno es comunista. Si lees a Cortázar, ¿notas algo especial?”. Incluso alguna vez criticó “Casa tomada” porque, a diferencia de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, no daba miedo. (Pero nunca lo sacó de la Antología del cuento fantástico).

Y luego está esa entrada del 17 de junio de 1972, que es terminante. Escribe Bioy: “Por la noche, voy a buscar a Borges; mientras esperamos a Peyrou, frente a La Prensa, con mucha rabia Borges me comenta: ‘Qué porquería, Cortázar’. BIOY: ‘¿Por lo de la bandera?’ BORGES: ‘Sí, por lo de la bandera. [Cortázar, después de haber solicitado la ciudadanía francesa, había dicho que se limpiaba los mocos con la bandera argentina]. BIOY: ‘A mí también me dio rabia’. BORGES: ‘Pensar que te hablé bien de él. Dije que las ideas políticas no importan —lo que es una pedantería, y una falsedad, porque importan— y hablé bien de él. Si Cortázar hubiera dicho que usa la bandera para limpiarse el culo, también estaría mal, pero por lo menos correspondería a un momento de rabia. En cambio, al poner los mocos, se ve al literato ensayando fríamente un eufemismo. Qué porquería’.”

No hay del lado de Cortázar un monumento tan íntimo como el diario de Bioy. Sólo nos quedan sus apariciones en público y sus cartas —que, aunque privadas, no dejan de tener una dimensión pública—. Aquí tres ejemplos que dan cuenta de cómo nunca cambió de opinión frente a Borges: “Aunque él esté más que ciego ante la realidad del mundo”, le escribió al cubano Roberto Fernández Retamar en el 68, “seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas”. Diez años después, en el famoso ciclo “A fondo” que Joaquín Soler Serrano hacía para la televisión española dijo que Borges era el gran maestro de su generación. Y, en 1982, casi en sus últimos días, le contó a Omar Prega Gadea que su compromiso y rigurosidad con las palabras era un aprendizaje que venía de Borges: “Lo he dicho, porque es una deuda que no me cansaré nunca de pagar, que eso se lo debo a Borges. Mis lecturas de los cuentos y de los ensayos de Borges, en la época en que publicó El jardín de senderos que se bifurcan, me mostraron un lenguaje del que yo no tenía idea”.
Todos los cuentos, el cuento

Sí, Borges elogiaba a Cortázar en público, pero con Bioy mostraba otra cara. Entonces, ¿dónde está la verdad? Para arriesgar una respuesta hay que decir que el mundo, para Borges, pasaba a través de los libros. No tenía televisión, no escuchaba la radio: Cortázar era un fanático del jazz, trabajaba en la UNESCO, participaba en reuniones políticas; Borges entendía el mundo a través de los libros. En él, la disyuntiva entre literatura y vida no tenía sentido. La vida estaba dentro de la literatura.

¿Dónde está la verdad? Una respuesta posible quizá sea el primer tomo de su Biblioteca Personal: no se puede ignorar la evidente admiración que Borges sentía por Cortázar. Y, demostrando la profundidad con lo que lo había leído durante todos esos años, así cerraba el prólogo:

“Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela Cumbres borrascosas le escribió a un amigo: ‘La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses’. Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales. El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”.

La lista completa de cuentos incluidos en el volumen:

– De Bestiario: “Casa tomada”, “Lejana”, “Circe”, “Bestiario”, “Las puertas del cielo”

– De Final del juego: “Continuidad de los parques”, “Las ménades”, “El ídolo de las Cícladas”, “Relato con un fondo de agua”, “Axolotl”, “La noche boca arriba”, “Final del juego”

– De Las armas secretas: “Cartas de mamá”

– De Todos los fuegos, el fuego: “Todos los fuegos, el fuego”, “La isla a mediodía”, “El otro cielo”

Una versión de este artículo fue publicada en Infobae


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