Al final de Magia para principiantes hay un diálogo entre Kelly Link, la autora del libro, y Joe Hill: “Siento mucha admiración por un rompecabezas bien pensado”, dice ella, “pero no me siento comprometida a tener que resolverlo. En esta etapa de mi vida, estoy más interesada en la construcción de un rompecabezas que en la solución”.
Me parece que es la metáfora ideal, porque precisamente así es como uno lo lee. O, por lo menos, como yo lo leí. Los nueve cuentos de libro tienen un ambiente difícil de caracterizar: la realidad y la fantasía se amalgaman de tal manera que crean una nueva dimensión. No hay trasvasamientos ni pasajes —no hay espejos, roperos ni galerías de la calle Florida— ni tampoco hay explicaciones; es como si las historias mostraran unas pocas piezas del rompecabezas, las suficientes como para ver que falta una forma en el hueco central. Como dice Mariana Enriquez en la contratapa: “Leer a Kelly Link es puro desconcierto encantador”.
Publicado originalmente en 2005 —la reedición incluyó el diálogo entre Link y Hill—, sale ahora en español por Evaristo Editora en un volumen bellísimo, que incluye una introducción de Marcelo Cohen e ilustraciones de Shelley Jackson. La traducción, a cargo de David Muchnik, tiene una particularidad, que desde hace algún tiempo viene ganando presencia y que a mí, viejo lector de las traducciones neutras rioplatenses, me desorienta un poco, y es que los personajes hablan de vos. No sé cómo será la estrategia de la editorial para la región; en general, el mercado argentino es más bien pequeño para los costos de un libro extranjero. Pero es un tema que excede esta reseña.
La traducción es muy elegante y es infinitamente más cercana que las traducciones hiperlocalistas españolas, pero así como resultan disonantes las máquinas tragaperras y las gilipolleces, debo decir que a mí me suena raro que Fox le diga a Jeremy Mars: “Voy a decirte los libros que tenés que robar”, o que Carly le diga a Soap: “Dale, llamá a tu papá”. O que Charley y Eric estén hablando y ella le diga: “¿Entonces pensás trabajar ahí toda tu vida? ¿Encontrar una manera de estafar a los muertos?”.
Ah, porque de eso tratan los cuentos: hay vivos, muertos y zombis, hay perros fantasmas que viven en un auto y otro que vive en un bolso y es el guardián protector de la nación de Baldeziwurlekistán, hay guerras de conejos en casas embrujadas y un programa de televisión pirata en una librería. En “El gran divorcio”, un hombre (vivo) contrata a un médium para separarse de su esposa muerta: “Cada vez que abre esa pequeña boca fría, es porque ha inventado una mentira. Cada vez que dice que me ama. Si pudiera mentir sobre la muerte, si pudiera hacerle creer a la gente que es una mujer viva, también mentiría”, dice. En “Tiempo muerto”, un grupo de amigos que se reúnen a jugar al póker llama a una hotline para que una mujer que, como una suerte de Sherezade, les cuenta una historia y otra y otra y así va alterando las vidas de ellos.
“Link”, dice Marcelo Cohen en la introducción, “lo asimila todo —el milagro, el lobo o el fantasma convertido en dije de pulsera, el pantano de aldea arcaica, el surf, los divorcios, el chat, las marcas de muesli, el destripamiento, Dante Gabriel Rosetti y la remera que dice soy tan gótica que cago vampiritos— y todo lo celebra en un estilo que corre sin esclusas de la balada medieval al limmerick y al magisterio norteamericano del diálogo coloquial; un estilo de inmediatez y amoralidad campantes”.
Pero el desconcierto al que hace referencia Enriquez no tiene que ver con esta superposición de materiales sino con algo propio del estado de los personajes. Todos los personajes son hermosos y creo que el que más me gusta es uno que estuvo preso por robar un cuadro y está obsesionado por encontrar un plan de contingencia ante la aparición de zombis. Y si no es él, debe ser Jeremy, el chico que mira un programa de tele y secretamente habla con la protagonista para ayudarla. Jeremy llama por teléfono a una cabina vacía en Las Vegas y deja largos mensajes sin saber si ella (Fox) lo escucha. En ellos dos —pero también en los demás— hay un sentido de la pérdida y los cambios que yo los veo muy vinculados a la adolescencia. Quizás si el cuento de Jeremy y Fox continuara, él, en algún momento, como Holden Caufield, le preguntaría a dónde van los patos en invierno.