El 30 de diciembre de 2004, Callejeros cerraba el año con un concierto en República de Cromañón. Tocaban los primeros acordes de la canción “Distinto” cuando el fuego de una bengala o un tres tiros encendió la red que habían colocado en el techo para acustizar el ambiente y provocó un incendio en el que murieron 194 personas, en lo que fue una de las mayores catástrofes del país.
Todos —todos— tenemos una opinión sobre Cromañón y sobre las responsabilidades de Omar Chabán, dueño del lugar, de la banda, del gobierno, del público.
Con una simpleza compositiva tanto en la música como en la letra, el rock barrial —chabón, rolinga—, había alcanzado un ápice en esos años, empujado por la futbolización y la cultura del aguante. Después de Cromañón, vino la decadencia y, con ciertas excepciones que lograron mantenerse como referentes del movimiento, otros géneros dieron nuevas respuestas.
Rockanroles sin destino
Camila Fabbri tenía entonces quince años. Fanática de Callejeros, había estado en el recital que la banda había dado un día antes. Lo vio desde el lugar en el que se produjeron más muertes. Su novio y varios de sus amigos fueron ese día con ella y también al día siguiente. No todos volvieron.
En 2019, publicó El día que apagaron la luz, una crónica/memoria colectiva sobre aquella noche. Fabbri escribe su experiencia, los miedos, y trae también los testimonios de los demás; los que quieren recordar y los que no. El libro, que además lleva el título de una canción de Sui Generis —del último Sui, el del 2000— es una marcha forzada por la oscuridad de ese diciembre nefasto y los efectos que provocó en su círculo más íntimo.
Escritora, dramaturga, actriz y también directora de cine, Fabbri volvió a Cromañón con Clara se pierde en el bosque, la película que estrenó en el Festival de San Sebastián y que por estos días se presenta en el Cine Gaumont. Clara se pierde en el bosque es una suerte de precuela de El día que apagaron la luz: cuenta la historia de la investigación, los recuerdos, el tiempo en que la trama todavía era en un capullo y ella está tratando de comprender qué, cómo y para qué narrar.
Tiempo de estar
Pero Clara se pierde en el bosque también hace eco con La reina del baile, la novela de Fabbri que el año pasado fue finalista del premio Anagrama. Clara y Paulina, la protagonista del libro, se parecen mucho. Por impericia o misantropía, las dos están en el extrarradio, fuera de órbita: desorbitadas.
Con el protagónico de Camila Peralta (Ivana en Puan), la película comienza con ella y su novio, que van a pasar unos días junto a la familia de él, en una casa en medio de un bosque que parece salida de un cuento de los Hermanos Grimm. Un lugar extraño donde todo —hasta la vajilla— está congelado en el tiempo. Los días son como bombas de tiempo: la suegra desaprensiva, el cuñado que mezcla rabia y frustración, la mujer del cuñado siempre enojada, su novio perdido en su propio laberinto. El único que parece conectarla con el presente es el hijo de seis años de sus cuñados. Un presente que podría ser un futuro: el de un hijo propio, pero ni en eso su novio la acompaña.
Cromañón llega con los audios de sus amigos —y el silencio de su amiga embarazada— y con el espíritu de época que cubre con material de archivo y la música de Viejas Locas. Es un arco funciona muy bien en el libro y no tan bien en la película, pero le da espesor a la trama y da idea de cómo detrás de la fiesta estaba siempre el peligro —de perderse, de ser atropelladas, de ser violadas— de un ambiente marcado por la marginalidad y la inconsciencia.
(No es casual, entonces, que Camila Fabbri haya escrito la obra de teatro Mi primer Hiroshima y los libros de cuentos Los accidentes y Estamos a salvo —que tiene en la portada una foto del Challenger segundos antes de la explosión—).
Clara, como Paulina en La reina del baile, se vuelve distinta. Dice el poema de Juan Luis Martínez que actúa como epígrafe de la película: “Cuando era chico me perdí en el bosque. Ahora el bosque tiene mi edad”. /// 50Libros