“Resistir”: la palabra que todos los actores del universo de la literatura dicen como un mantra o como una clave. La 48° edición de la Feria del Libro de Buenos Aires comienza el jueves 25 de abril y escritores y editores se preparan para afrontar una feria fría en cantidad de público y ventas. Desde el punto de vista económico, el pronóstico no se basa solo en la situación económica actual. Esta semana, la Cámara Argentina del Libro (CAL) publicó su informe anual con el análisis de la producción 2023 y dio cuenta de la profunda crisis que atraviesa la industria: los números del año pasado fueron los peores de los últimos cinco. Además, el ticket promedio de una librería ronda los $24.000, por lo que es probable que no se vea por los pasillos muchos de esos lectores voraces que van cargados ejemplares.
La Feria es —como toda feria— un mercado, pero a la vez es mucho más: la Feria del Libro de Buenos Aires es un territorio de debates y disputas culturales, y también una tribuna política. En un momento en que el rol de la cultura está puesto en cuestión y donde las decisiones del gobierno nacional apuntan sobre la autonomía y continuidad de instituciones como el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, etc., además de los bolsillos fríos se puede pensar en mentes y corazones calientes.
“Mi expectativa para esta edición es que se pueda mantener lo que se hizo durante tantos años en la feria”, dice Claudia Piñeiro a 50Libros, “no pretendo que haya grandes eventos porque la situación económica para las editoriales, para la Feria, para los autores y para la gente es muy complicada, pero, aunque sea que sirva como acto de resistencia”. La autora de Las viudas de los jueves (premio Clarín de Novela) y Elena sabe (finalista del International Booker Prize) entre otros títulos subraya: “Hagamos lo posible para marcar que a muchos de nosotros nos sigue importando la cultura, los libros, la literatura”.
“En primer lugar”, dice Sergio Olguín, “lo que uno busca en la Feria del Libro es bañarse en libros: es como visitar el mar”. El lector como un aventurero que nada por los pasillos con la intuición como motor y guía. “Comprar en la Feria tiene el encanto de ir a pescar”, dice. Y agrega: “Y luego, uno va a buscar a la Feria la sorpresa: entrar en un stand, revolver un poco y encontrarse con un libro que no sabíamos que existía o del que pensábamos que ya no había más ejemplares”.
Tomando a la Feria como caja de resonancia, el autor de la flamante novela Los últimos días de Julio Verne dice que, aunque este año haya menos público que en ediciones anteriores siempre va a ser un número significativo, espera “que sirva como ámbito para que la sociedad haga escuchar su malestar con respecto a las medidas que ha tomado este gobierno en cuanto a políticas culturales o políticas en general”.
Daniel Divinsky, ex director de la mítica editorial De la Flor, comparte una mirada pesimista. “Mis expectativas para la Feria no podrían ser más funestas en cuanto a lo propio de la Feria, que es libros y actos culturales, y en cuanto al contexto en el que se va a desarrollar”, dice y además agrega sobre la posible presencia de Javier Milei, que dijo que quería presentar su libro, Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica, el domingo 12 de mayo en la pista central de La Rural: “Espero, dentro de mi corazón, que su presencia genere la rechifla que se merece”.
Tanto Olguín como Divinsky comparan este contexto con el de la crisis del 2001. “Siempre los libros se han vendido incluso en las épocas de mayor crisis”, dice Olguín, aunque a la vez reconoce que “los libros han perdido el lugar central en función de otras cosas que son mucho más importantes para los lectores, que es su propia supervivencia”. Divinsky, en cambio, recuerda aquella Feria que se sostuvo gracias que la Ciudad de Buenos Aires se hizo cargo de los gastos para que la entrada fuera gratuita: “Aunque los libros se habían encarecido mucho —pero no de una manera tan brutal comparada con la que tuvimos recientemente— permitió que libreros uruguayos, paraguayos, ecuatorianos, colombianos, chilenos vinieran a comprar libros baratísimos que se llevaban en carretillas”.
En una situación de precariedad e incertidumbre, ¿vale la pena ir a la Feria? “Hace muchos años iba para tratar de escuchar algún autor que me interesaba o para comprar un libro que era difícil de conseguir”, dice Claudia Piñeiro, “lo que busco ahora es encontrarme con los lectores: los lectores son muy amables y cariñosos conmigo y tengo contacto a través de las redes, pero nunca es lo mismo que estar en un lugar, que te traigan su libro para firmar, que intercambies dos palabras, una mirada, una sonrisa. Todo eso se da en la Feria”.
Como rezaba el viejo eslogan: del autor al lector. Tal vez el contacto con los otros sea lo único que hay que rescatar cuando la casa se incendia. ///50Libros