Durante varios años trabajé en una bellísima librería de Palermo a la que todos los días llegaban extranjeros. Los turistas la visitaban porque realmente era hermosa: las luces y la madera le daban mucha calidez, tenía un bar en un patio cubierto, y la atención de los libreros siempre fue excelente. Los turistas se llevaban muchos libros. Muchos: era habitual que chilenos, colombianos y mexicanos compraran de a docenas.
Gracias a la ley del libro, en la Argentina el precio de tapa es uniforme: un título cuesta lo mismo en una librería de barrio que en una gran cadena, en una zona turística y en un pueblito alejado. Las editoriales fijan el precio a partir de un cálculo que tiene en cuenta el costo de producción y distribución, los derechos de autor y las expectativas de ventas. La ley del libro, además de sostener la bibliodiversidad, evita la cartelización de los grandes actores del mercado. Hay además un factor extra que resulta crucial: los libros están exentos de pagar IVA.
Esas son dos razones clave para entender por qué los libros en la Argentina eran tan competitivos respecto de la región. Y digo eran porque ya en los últimos tiempos de mi trabajo en la librería —me fui en 2016—, se veía una tendencia hacia la suba que acortaba distancia con el resto. La típica queja de los lectores que los libros siempre están caros. Tiene que ver con la percepción del valor y cuánto estamos dispuestos a pagar por lo que deseamos. Lo llamativo es que, desde finales del año pasado, según me han dicho amigos libreros, esa frase también empezó a ser dicha por los turistas.
“Qué caros están los libros”
Empujados por la crisis económica, el valor del papel, y las marchas y contramarchas de cada gobierno —apertura y cierre de importaciones, compras erráticas desde el Estado, quita de subsidios, etc.—, el precio de los libros se disparó muy por encima de la inflación. Para abaratar costos, los editores bajaron la calidad del objeto. Muchos abandonaron la laca sectorizada para la portada, otros perdieron las solapas o usan papeles de un gramaje muy fino. Y, sin embargo, hoy los libros no sólo están al mismo precio que en otros países de Latinoamérica, sino que, en varios casos los han superado. Largamente.
Para realizar este informe tomé cincuenta títulos —novedades, reediciones, libros en trade y de bolsillo de grandes grupos editoriales y de editoriales independientes— que distribuyen en Latinoamérica. Comparé los precios publicados en Temátika (Argentina), Gandhi (México) y El Corté Inglés (España). Algunos de los libros analizados fueron: En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez (Penguin), Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enriquez (Anagrama), Mil grullas, de Yasunari Kawabata (Planeta), Kokoro, de Natsume Sōseki (Impedimenta), Holly, de Stephen King (Plaza & Janés), El misterio de la casa roja, de A.A. De Milen (Siruela), La desaparición de Stephanie Mailer, de Joel Dicker (Alfaguara).
Tomando la cotización del dólar blue, el precio promedio más alto fue el argentino: 27,25 USD en Argentina vs. 24,75 en México (una diferencia del 10%) y 20,20 en España (35%). En estas variaciones se dan casos como el de La llamada, de Leila Guerriero, que cuesta 31,40 USD en Argentina ($32.500) y 21,12 en España (19,85 euros). Y también hay libros que cuestan alrededor de 45 dólares en la Argentina, como los de Stephen King y Joel Dicker, mientras que en España y México los topes son 30 y 35, respectivamente.
Lo peor de todo es que la espiral inflacionaria no les asegura a los editores que puedan mandar a imprimir más ejemplares con el dinero de las ventas de la primera tirada. La rueda se mueve una vez y luego se clava. La industria editorial está delante de uno de los momentos más desafiantes de la historia. ///50Libros