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Cortázar, o la magia que pasa todo el tiempo

El próximo martes, 30 de abril, la Feria del Libro realiza una maratón de lecturas en homenaje a Cortázar y Sylvia Iparraguirre participa con una carta inédita que el autor de Rayuela le envió a Abelardo Castillo

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Julio Cortázar
Julio Cortázar

Lo que sigue es la desgrabación de una charla telefónica donde la autora de La tierra del fuego y El parque, entre otros títulos, habló de Julio Cortázar a partir de la maratón de lectura que lo homenajea el próximo martes en la Feria del Libro.

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Conocer a Cortázar fue para mí extraordinario, pero fue a consecuencia de la relación que él mantuvo con Abelardo Castillo, mi marido y compañero de toda la vida. En el número de diciembre de 1959 de El grillo de papel, la primera revista literaria que dirigió, Abelardo escribió una crítica de Las armas secretas, libro que había leído en un viaje en tren entre Buenos Aires y San Pedro. En ese entonces era poca la gente que conocía acá a Cortázar. Ya había publicado en México, pero en Argentina no era tan conocido. Abelardo se deslumbró con Las armas secretas y en la crítica le dedicó bastante espacio al cuento “El perseguidor”; fue el primero en reconocer que la dedicatoria del cuento in memoriam CH.P refería a Charlie Parker, el famoso saxofonista, llamado el Bird.

Cortázar —Abelardo no lo sabía— estaba por esos días en Buenos Aires. A punto de tomar el barco que lo llevaba de regreso a Francia, un amigo que lo fue a despedir le mostró la revista. Ahí, con una máquina que pidió prestada, Cortázar le escribió una carta que Abelardo recibió el 14 de enero. Esa primera carta es la que voy a leer en la Maratón de Lectura de la Feria del Libro. Es una carta de reconocimiento por la crítica de su libro.

Abelardo le respondió la carta y, de paso, le pidió una colaboración para la revista. Cortázar le mandó nada menos que “Continuidad de los parques”. En otro momento, a pedido de Cortázar que le escribe “a ver cuándo me manda algo suyo”, Abelardo le mandó algunos cuentos. En esos años se escribieron ocho cartas. Yo creo que Cortázar creía que Abelardo era alguien mayor. Pero en el ’59, cuando sacaba El grillo de papel tenía veinticuatro años. Poco después fundó El Escarabajo de oro y casi todos los que pasaron a ser la redacción de la revista eran muy jóvenes: Liliana Heker, que más tarde fue la sub directora, tenía 16 años, Miguel Briante 17, Piglia dos o tres más. Era un grupo de gente muy joven, muy crítica y muy iconoclasta.

La revista no quedaba bien con nadie; eso era fabuloso. Era refrescante. Lo digo como lectora de El Escarabajo… porque en esos años yo todavía no conocía a Abelardo. Vuelvo a la carta que voy a leer, Julio Cortázar le dice: “Usted ha hecho un trabajo muy fuerte con mi libro” cosa que le gusta porque, agrega, que estaba harto de las críticas de solapa que “prodigan adjetivos al voleo”. Cómo me gusta eso de “adjetivos prodigados al voleo” que uno ha leído tantas veces. Cortázar era una persona maravillosa; muy cálida, tremendamente inteligente y querible.

Abelardo Castillo
Abelardo Castillo (foto: Lucio Ramírez Saravia)

Yo no recuerdo tanto mi lectura de Rayuela como la de Los Premios. Hasta ese momento, estaba en el colegio secundario, había leído traducciones que hablaban de “tú”, pero con Borges y con el Cortázar de Los Premios descubrí la literatura argentina: historias que decían “che”, que decían “vos”. Fue el descubrimiento de que en literatura se podía usar el lenguaje que yo usaba todos los días; el lenguaje de los argentinos.

Lo que acercaba a Cortázar y a Abelardo fue, primero, la literatura: la cercanía de un escritor hecho y derecho con otro joven que empieza a armar su primer libro; y después, el compromiso político. Cortázar fue el ejemplo de un hombre que, una vez que se volvió famoso, puso su prestigio por causas como las de Nicaragua y Cuba. En aquel momento, en los años 60, no ahora. Abelardo siempre insistió en que el compromiso de un escritor no pasaba por la literatura política —la literatura tenía que ser libre—, sino por poner el cuerpo, por decir en los ensayos y en las entrevistas lo que uno piensa. Y Cortázar era la prueba. Hacía literatura fantástica, hablaba de cronopios y famas y a la vez comprometía su opinión con la causa socialista. Eso fue lo que los acercó. De hecho, cuando Abelardo le contestó la primera carta y le pidió una colaboración, le advirtió que la revista tenía una posición de izquierda, y Cortázar, que había sido cercano al grupo Sur, le respondió: “Eso la hace más leíble”.

Volvió a Buenos Aires en el 72 y quiso conocer a Abelardo, así que hicimos una reunión con Liliana y gente de la revista en casa para recibirlo. Para ese entonces vivíamos en Pueyrredón y Lavalle. Me acuerdo que abrí la puerta y me encontré con un señor altísimo con una barba muy negra. Me sorprendió que ese hombre tuviera la edad de mi padre, parecía muy joven. Tenía el mismo humor absurdo que Abelardo y yo compartíamos; guardábamos recortes de noticias disparatadas o de humor negro. En un momento nos dijo que quería ir a los piringundines del Bajo, que, por supuesto ya no existían más, pero nos las arreglamos para encontrar un bodegón. Hablamos mucho; ellos hablaron mucho; yo no, yo escuchaba. Me sentía en situación de examen.

Y algo más de cuando llegó a casa porque sucedió un hecho mágico. Abelardo lo cuenta en Ser escritor y yo también en La vida invisible. Antes que llegara habíamos puesto la radio. Cuando él entró, empezó a sonar Charlie Parker. Cortázar me miró: “Muchas gracias”, me dijo. Creyó que habíamos puesto un vinilo, pero era la radio. “No se preocupen”, dijo, “esto me pasa todo el tiempo”. /// 50Libros

Julio Cortázar en Buenos Aires, 1983 (foto: cortesía Daniel Rodríguez)
Julio Cortázar en Buenos Aires, 1983 (foto: cortesía Daniel Rodríguez)

El programa de la maratón

Con la coordinación y selección de textos a cargo de Alejandra Rodríguez Ballester, el encuentro es el 30 de abril a las 19 en Zona Futuro.

Participan:

  1. Marcelo Katz: lee el capítulo 82 de Rayuela
  2. Claudia Piñeiro: “Continuidad de los parques”  
  3. Rubén Szuchmacher: un fragmento del capítulo 1 de Rayuela
  4. Cristina Banegas: capítulo 7 de Rayuela
  5. Pierre Noher: un fragmento del capítulo 10 de Rayuela
  6. Ingrid Pelicori: los poemas “El futuro” y “Happy New Year”
  7. Miguel Gaya y Mónica Sporra: “Vida de artistos”, de Un tal Lucas
  8. Patricio Zunini: “Me caigo y me levanto”, de La vuelta al día en ochenta mundos
  9. Paula y María Marull: “Diálogo de ruptura”, de Un tal Lucas
  10. Paula Marull: “Cómo se pasa al lado”, Un tal Lucas
  11. María Marull: “Lucas y su patriotismo”, Un tal Lucas
  12. Ingrid Pelicori: “Vestir una sombra”, de Último round, junto con “Instrucciones para cantar” y “El canto de los cronopios”, de Historias de cronopios y de famas
  13. Michi Strausfeld: “Viajes”, de Historias de cronopios y de famas
  14. Jorge Consiglio: “Pida la palabra pero tenga cuidado”, de Último round, junto con “Conservación de los recuerdos” y “Tristeza del cronopio”, de Historias de cronopios y de famas
  15. Gabriel Goity: un fragmento de “Torito”, de Final del juego
  16. Liliana Heker: “Discurso del oso”, de Historias de cronopios y de famas
  17. Federico Jeanmaire: un fragmento de 62 Modelo para armar
  18. Josefina Delgado: lee una carta de Cortázar a Carlos Fuentes
  19. Sylvia Iparraguirre: lee una carta inédita a Abelardo Castillo
  20. Mauricio Kartún: un fragmento de “El perseguidor”, incluido en Las armas secretas

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