Quizás haya sido la lluvia. En los primeros dos días hubo poca gente. No hubo pasillos congestionados ni el colchón de ruido tan característico que acompaña cada tarde en la Feria; un zumbido permanente, mezcla de voces y pasos y libros que se abren, se cierran, se caen, se compran.
El jueves, día de la inauguración, la lluvia nunca paró. O casi nunca: apenas media hora a la tarde y un rato a la noche. Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación El Libro, daba el primer discurso y de afuera llegaba el murmullo de las gotas. Una hora después, cuando Liliana Heker terminaba el suyo —y pedía una Feria “cada vez con más concurrencia, cada vez con más creatividad, cada vez con más lectores”—, el murmullo era un griterío. El viernes también llovió. Con intermitencia, pero otra vez el clima era una razón que daba un consuelo. “Quizás haya sido la lluvia”.
Pero, entonces, un sábado más amable y un domingo de sol evidenciaron lo que muchos venían diciendo: la Feria del Libro está vacía. Es cierto que históricamente va de menor a mayor: los primeros días son flojos y el cierre llega con el entusiasmo de los lectores y colas en todas las puertas. Pero esta vez el comienzo fue demasiado frío. Si desde hace varios años, cada edición supera el millón de visitantes —en 2022, después de la pandemia, el número había superado el millón y medio—, ahora, aunque nadie arriesgue una cantidad, hay un pesimismo compartido. Sin grandes invitados del extranjero y con una entrada general a $5.000, tampoco resulta un plan ideal para pasar una tarde en familia.
Poca gente implica pocas ventas. Haciendo una comparación entre el primer fin de semana del año pasado y este, algunas editoriales independientes hablan de una caída de al menos el 30%. Hay quienes dicen que es todavía mayor. “Aunque ahora subió un poco”, dice Vanesa Hernández, directora editorial de La Crujía, “la estimación que teníamos era de un 45-50% abajo”. El repunte está asociado con la noche del sábado, “La noche de la ciudad”, donde se extendió el horario hasta las doce de la noche y se permitió el ingreso gratuito de los visitantes. “Eso ayudó muchísimo”, dice Máximo Álvarez Galia, de Letras del Sur, “y recuperamos hasta quedar un 10% menos”.
Si bien la baja con el público es notable, ya se había sentido durante las Jornadas Profesionales, que se realizan antes de la apertura general y están dedicadas a los agentes, libreros de las provincias y, sobre todo, las distribuidoras y los compradores del exterior. “Antes se llevaban valijas rebosantes de libros y esta vez fue paupérrimo”, dice una editora que prefiere mantenerse en el anonimato. Máximo Álvarez Galia le pone un porcentaje al adjetivo superlativo: “Menos del 50%”, dice. Y Vanesa Hernández completa: “Tengo veinticuatro años de Jornadas Profesionales y es la primera vez que veo tan poca gente”.
Una de las explicaciones en la que todos coinciden es el valor de los libros en dólares. Hace unos días, Daniel Divinsky comparaba la Feria actual con la del 2001, que también se había desarrollado en un contexto desafiante de crisis económica. Aquella vez,, por la devaluación, las compras extranjeras habían equilibrado la ausencia de compras nacionales. Ahora, en cambio, arriesgaba un escenario distinto. Los libros hechos en la Argentina son más caros que el promedio de la región y un 30% más que en España. “Nuestros precios no son competitivos para exportación”, dice Alvarez Galia.
El director editorial del Grupo AZ, Antonio Santa Ana, muestra una cara distinta a la de sus colegas. “Estamos un poquitito arriba de las unidades del año pasado”, dice, y propone dos razones: por un lado, la ampliación del catálogo, y, por el otro, una política de costos muy ajustada. “Es un combo de libros buenos, novedades que están funcionando, y buen precio”, dice. También Galerna, que tiene el doble rol editorial y librería, se mantiene en la línea de flotación. “Se venden muchos libros del catálogo propio”, dice la gerenta editorial Carolina Di Bella, “pero es difícil hacer un pronóstico en medio de este contexto de incertidumbre”.
Por lo pronto, es evidente que la Fundación El Libro tomó nota de un arranque desafiante y se apuró a tomar decisiones. Desde hoy, de lunes a jueves —excepto el miércoles 1 de mayo, feriado— se podrá entrar gratis a la Feria desde las ocho de la noche. Todavía quedan muchos días por delante. Habrá que ver cómo impacta esta medida en el humor y el bolsillo de los lectores.