Y un día llegó la gente. La Feria del Libro cambia cuando se llena; se respira otro aire. Los libreros y editores, que en los días previos miraban las puertas como quien mira a las nubes esperando que caiga la primera gota, ahora estaban más animados, alegres. Las ventas siguen por debajo de la media: la caída —que en todas las declaraciones es demasiado uniforme; parece una convención— es de alrededor del 30% respecto del año pasado. Pero cambió el humor.
El fin de semana comenzó con las compras de la Conabip: es una escena hermosa ver a los bibliotecarios mirando estantes, llevando carritos con cajas blancas llenas de ejemplares. Y así como el sábado hubo largas filas para ver a Florencia Bonelli hablar de La casa Neville y a Cristina Pérez con Tiempo de renacer, el domingo hubo mucho público para ver a Gloria V. Casañas —sala llena y firma de ejemplares durante casi tres horas—, Laura Di Marco, Felipe Pigna, Joan Garriga.
Lo bueno de la Feria es que existen propuestas para públicos muy diferentes. Al mismo tiempo en que aquellos autores se quedaban con la masividad del público, un puñado de lectores escuchaba la conversación entre la escritora Alina Gadea e Ivana Romero en el espacio de Perú. Gadea es autora de El monte ya no existe y Todo menos morir, novela que tiene al poeta Martín Adán como forma y fondo de la trama.
La visita a la Feria es una experiencia que va más allá de las compras. Por eso va tanta gente. Aún cuando sepan que no van a llevarse un libro, van a sentirse parte. Entonces, uno puede sentarse en el stand de Lisboa, ciudad invitada de esta edición, a hojear los libros de Pessoa, Saramago y los libros-álbumes de las escritoras infantiles Catarina Sandoval y Joana Estrela. Puede recorrer la feria en busca de los selfie points, como el banco de plaza de Ediciones de la Flor, en donde una Mafalda hecha por el escultor Pablo Irrgang espera a chicos y grandes. “Hay momentos del día en que arma una cola larga para sacarse fotos”, decía una de las promotoras.
O se puede “visitar” la Librería Morisaki que montó Urano en su espacio. O jugar a ser un personaje de Heartstopper gracias a una app de la editorial VR. O poner la cara en el hueco del mural de Siglo XXI que celebra cuarenta años de democracia. O llenar una pared con post-it con recomendaciones de lecturas (“Lean a Julio Cortázar”, “Lean Tiempos oscuros”, “Lean a Alice Oseman”).
Caminar por la Feria también repone la idea original de ser un lugar de encuentro entre autores y lectores. Es frecuente ver que grandes y chicos paren a escritores como Sergio Olguín, Luciano Lamberti, Alejandro Dolina, Fabián Casas, Irene Chikiar Bauer, Paula Bombara, Jorge Fernández Díaz.
Y, si en ese paseo uno no está demasiado distraído, se pueden encontrar opciones de lectura digital gratuita: AZ, por ejemplo —pero no es el único—, tiene códigos qr para descargar audiolibros; BajaLibros armó un catálogo de ebooks sin cargo compuesto por clásicos y novedades —Mario Vargas Llosa, Tata Yofre, Luciana Salinas— y la mayoría de los ponentes que pasan por Zona Futuro buscan formas de continuar el vínculo desde la web.
—Está linda la Feria —le dijo un señor de boina gruesa a un chico de veinte años.
Estaban en el stand de Pequeño Editor, donde hay un árbol de libros y almohadones para que los nenes se tiren a leer. También hay un cartel que dice: “Sí a la educación pública”. —Sí —respondió el chico—. Hacía mucho que venía. Me parece que está cada vez más linda.