La típica objeción que se hace sobre los talleres literarios es que ni Proust ni Kafka ni Borges necesitaron ir a uno. Hace varios años, cuando fue la explosión de los talleres —casi a la par que el surgimiento de los blogs— y había notas en casi todos los suplementos de los diarios, se escuchaban frases como esa. Todavía se escuchan. Son afirmaciones que no solo parten del equívoco de tomar como general la excepcionalidad genial de esos autores, sino que fallan en comprender que la literatura es un acto colectivo. Los autores que nunca fueron a un taller tienen amigos, colegas, editores con los que pueden confrontar ideas, tramas, resoluciones: lo mismo que se hace en un taller.
¿Se puede enseñar a escribir? ¿Cómo? ¿Con qué herramientas? Ayer, en el auditorio de Ticmas en la Feria del Libro, tres escritores que llevan una trayectoria interesante en la coordinación de talleres contaron la manera en que piensan ese espacio y qué buscan los que se inscriben. Participaron Matías Bauso, autor de entre otros títulos, 78. Historia oral del Mundial, El deporte en el cine, El fiscal, Ana Navajas, que escribió la novela Estás muy callada hoy y es una de las responsables de la revista El gran cuaderno, y María Eva Álvarez, escritora, editora y coordinadora de talleres en la escuela de Santiago Llach.
¿Qué toman como elemento clave para acompañar a quien quiere escribir?
Ana Navajas: Lo más importante es tratar de ayudarlo a encontrar su tema. Todo el mundo tiene un tema, y a veces es muy difícil descubrirlo. Entonces, muchas personas vienen a escribir una cosa y terminan escribiendo otra, que, en realidad, es lo que realmente querían escribir. Una de las tareas más importantes es acompañar a esas personas a descubrir su tema.
Matías Bauso: El tema es lo más importante, que, en general, aparece no premeditadamente. Hay una enorme diferencia cuando se escribe algo de verdad y algo para hacer un ejercicio. En un taller está buenísimo generar el hábito, aprender dispositivos literarios, mecanismos, pero para entrenar la voz, descubrirla. Por eso también creo que es fundamental que el tallerista no iguale las voces de los participantes. Hay que preservar la voz de cada uno. Y, cuando llega el día en que aparece el tema, hay que lanzar fuegos artificiales.
María Eva Álvarez: Vivian Gornick dice que lo que más le cuesta es sostener una idea en el tiempo. Los talleristas ayudamos a que las personas sostengan eso que tienen entre manos, que a veces es muy lindo, es muy novedoso, es una sorpresa para todos, algo que ni siquiera ellos esperaban. Coincido con todo lo demás, pero sumaría la idea de sostener a esa persona a lo largo de las semanas y meses que viene al taller.
En ese sentido, ¿cómo se trabaja la resiliencia? Una persona puede no escribir todas las semanas porque no se le ocurre nada con qué seguir. ¿Cómo acompañar entonces ese trabajo?
Matías Bauso: Cuando falla la voluntad, cuando los textos no vienen todas las semanas, siento que fallo yo. Aprender a terminar es una de las cosas que tiene que dar el taller. Eso es una enseñanza del periodismo, básicamente: el periodismo te enseña que, a las siete de la tarde, ocho de la noche, tenés que entregar la nota. Es importante terminar porque una cosa es la idea y otra la obra, el producto. Para eso tenés que trabajar.
Ana Navajas: Cuando los alumnos vienen al taller creen que lo más importante es leer su texto y escuchar lo que les dicen los demás y los coordinadores. Y a mí me parece —y ellos a lo largo del tiempo coinciden conmigo—, que lo más importante es escuchar a los otros. Aprenden muchísimo más cuando escuchan a los demás. Es más fácil entender lo que se le corrige a otro que lo que se le corrige a uno. Es más fácil de absorber. Yo no soy tan exigente con que traigan texto, pero sí con la asistencia. No me gusta que falten. Si no tienen texto, es fundamental que vengan a escuchar a los compañeros y hagan su aporte. Es la mejor forma de aprender.
María Eva Álvarez: Yo soy un poquito más anárquica. En una clase de Teoría literaria que éramos un montón de alumnos y había gente en el pasillo de la Facultad y alguien dijo que no podían traer un parlante para los de afuera, Jorge Panesi dijo: “Querido, como dijo Theodor Adorno, el caos se autorregula”. Hay algo de eso en la construcción de textos y en el contexto de un taller. La gente tiene una vida, a veces puede venir, a veces no, pasan cosas que hacen que los talleres se cancelen, vamos, volvemos. Lo que yo intento es estar ahí para generar un lugar al que uno siempre puede volver. Y que ese texto, más allá de la frecuencia o de la constancia del taller, siempre se está escribiendo. Una vez que uno empieza y encuentra ese texto, siempre va a estar ahí.
¿Cómo regulan las devoluciones en el taller? A veces les toca hacer una crítica difícil de un texto: ¿cómo hacen para que el otro no sienta un ataque?
María Eva Álvarez: Primero, es importante habilitar siempre la escritura. Es algo que fui aprendiendo en los talleres a los que fui. Hay que habilitar el proceso creativo desde el “Sí”; buscando los lugares donde la persona podría aprovechar oportunidades para que el texto encuentre su mejor versión. O su versión más verdadera. Y, del otro lado, tiene que haber una permeabilidad. Hay gente que necesita discutir su texto, defenderlo. No es la mejor actitud. Uno tiene que buscar que el texto se defienda solo, que hable por sí mismo.
Ana Navajas: La parte de la devolución a veces es dura, pero es fundamental. Todos los textos tienen cosas buenas y es importante rescatar lo que se hizo bien, lo que se encontró, un mecanismo, una forma, una escena. Siempre hay algo para rescatar y está bueno ponerlo al nivel de lo que hay que corregir. Yo no suelo ser muy condescendiente con las correcciones porque para eso viene la gente. Yo también fui alumna de muchos talleres y cuando me decían “Muy lindo” me enojaba muchísimo. Quería que me dijeran qué podía mejorar o cómo arreglarlo. Además, hay muchos niveles de corrección: hay textos que están más listos y uno corrige puntillosamente y hay textos muy crudos y el nivel de la corrección es más general.
Matías Bauso: La devolución tiene que ser siempre constructiva siempre. Generalmente empiezo por los pequeños detalles, por las pequeñas cosas que son bastante obvias. Después hago la crítica más negativa. Y termino por lo positivo. Para que quede una sensación auditiva más agradable. Yo creo que ellos se dan más cuenta al día siguiente que durante el taller. Pero funciona. Hay que ser contenedor, pero nunca hay que ser condescendiente.
Pero, como responsables de taller, ustedes muchas veces hacen “crítica en vivo”. Responden ante un texto que acaban de escuchar. ¿Cómo es el entrenamiento para encontrar los puntos que funcionan y que no funcionan en una primera lectura?
Matías Bauso: Ahí hay una trampa: somos los últimos que devolvemos. Entonces tenés tiempo para pensar. Hay textos que son muy impactantes en cuanto al contenido, pero que tienen defectos formales y literarios. Y el tema es tan fuerte que te impacta, pero, si antes devuelven los compañeros y vos sos el último, tuviste diez o quince minutos para pensar y para que esas emociones se acomoden. De todas maneras, es músculo se entrena. Es un oficio y es un músculo, y tenés que estar predispuesto a prestar muchísima atención. Tenés que estar muy concentrado porque es lo que esperan de vos.
Ana Navajas: A mí me cuesta mucho ser indiferente con los textos que estoy escuchando. Presto mucha atención, pero siempre tengo la inclinación a dar una opinión inmediata y tengo que contenerme para que los otros compañeros den su opinión. Si escuchás con mucha atención algo no es difícil detectar las fortalezas y las debilidades del relato.
María Eva Álvarez: Para sumar a lo que dicen, hay una relación que se va formando con el tiempo. Apostar a la escritura es apostar al tiempo y apostar a un taller de escritura es apostar a una relación. Con el intercambio y las semanas, uno va conociendo a esa persona, va conociendo su texto y va conociendo lo que puede contar versus lo que quiere contar. Ahí, así sea una situación que se ve en vivo, empezás a entender qué podría hacer ese texto.
Ana Navajas: Y una cosa más: muchas veces no es la primera vez que escuchamos el texto. A veces es la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta. Yo doy taller con Adriana Riva y alentamos la corrección y que vuelvan a leer el texto. Está buenísimo escuchar un mismo texto y ver cómo va creciendo.
Los tres escriben mucho y tienen una voz personal. ¿Cómo hacen para que esa voz suya no se filtre en la de los que toman el taller?
Ana Navajas: Leyendo mucho. Tengo muchas voces adentro mío de todo lo que leo. No me cuesta detectar el estilo, el tema. Aunque en principio a mí no me interese, siempre me termino enganchando con el proceso de los alumnos. Es inevitable que te genere interés lo que cada uno viene a buscar. No siento que interfiera mi voz.
Matías Bauso: Cuando leés autores distintos con estilos y voces diferentes, concebís que se escriba de manera distinta. Además, generalmente uno no tiene mucha estima por su propia voz. Si hay algo de lo que uno está inseguro es de su propia voz. Entonces, le querés evitar el infierno propio al resto.
María Eva, vos sumás un dato extra que es que, al trabajar como ghostwriter, tenés que impostar la voz de otro.
María Eva Álvarez: Sí, es toda una acrobacia; una gimnasia. En relación al taller y la voz del otro, hay que entender dónde está el registro, dónde está el léxico del otro y qué está mirando el otro. Claire Keegan dice que lo que mirás te delata. En esa relación que uno va construyendo con la persona que viene al taller, cuando conoce lo que esa persona quiere mirar, también ayuda a despejar todo lo que sobra para que esa voz tenga lugar y lo que tenga que emerger pueda emerger. Cuando escribo para otras personas sucede algo parecido. Están las palabras del otro, la sintaxis del otro: eso es lo que hay que poner adelante para que esas voces puedan ser.
¿El objetivo del taller es publicar? ¿Todo el que va a un taller, va para publicar un libro?
Matías Bauso: No sé si un libro, pero, en el fondo, todos quieren publicar. Pero yo creo que muy rápidamente se dan cuenta que para eso hace falta mucho trabajo. Se necesita trabajar y por eso el apuro se va difuminando.
Ana Navajas: Yo soy medio mala onda y trato de desalentar que la publicación sea la prioridad de ir al taller. Para mí, la prioridad es el proceso. Si la publicación está ahí adelante te impide trabajar con el tiempo necesario, disfrutar de la escritura, compartirlo por otros canales, en otras situaciones. La publicación es el corolario de un trabajo larguísimo. Yo trato de desalentar esa fantasía. Si después llega, genial. Pero lo importante es trabajar. Y disfrutar del proceso.
María Eva Álvarez: Mi primer maestro de escritura una vez me dijo que escribir era una función expresiva, y que el cuerpo necesitaba muchas cosas para funcionar y que uno le podía sumar esa. Trabajar esa función era parte de lo que uno iba a hacer a un taller. Básicamente es una manera de relacionarse con el mundo. Si algo de eso después se transforma en un libro y ese libro se publica y después va a considerarse literatura, bueno, es un viaje más largo. Coincido en que tenerlo como meta principal te nubla un camino en el que podés descubrir un montón de otras cosas que son parte del proceso creativo.