>

Edgardo Cozarinsky, el escritor alérgico a la melancolía

Murió ayer, 2 de junio, a las 85 años. Escritor, guionista y director de cine, escribió alrededor de treinta libros, entre los que se destacan “Vudú urbano”, “La novia de Odessa”, “Lejos de dónde”, “En el último trago nos vamos”, entre otros

Por


Edgardo Cozarinsky
Edgardo Cozarinsky

Habían pasado quince años desde la publicación de Vudú urbano, en 1985. Edgardo Cozarinsky vivía en París y se había dedicado casi por entero a la filmación y dirigía películas de vanguardia y experimentación para el cine y la TV: Sarah (1988), el “southern” Guerreros y cautivas (1989), Citizen Langlois (1994), Le Violon de Rothschild (1996), etc.

Pero ahora, la infección en un disco de la columna lo había dejado postrado durante un mes. El pronóstico no era bueno. No se sabía si iba a volver a caminar. Más aún: no se sabía si iba a sobrevivir. “Creí que me moría”, recordaba años después en una entrevista para Clarín, “y me dije: a partir de ahora, dejo de hacer las cosas que no me interesan”. Dicen que frente a las circunstancias extremas uno reconoce quién es: Edgardo se reconoció escritor. Todavía en el hospital escribió los dos primeros cuentos de La novia de Odessa.

La suya es una experiencia que ilumina a muchos que han —que hemos— llegado “tarde” a la literatura. Un primer libro a los 45, el segundo pasando los 60. Y desde entonces: veinticinco títulos. Además de guiones y películas.

Antes de irse a vivir a París, Cozarinsky había formado parte del círculo de amistades de Bioy y Silvina OcampoMariana Enriquez lo tiene como una de las fuentes más importantes de su libro La otra hermana— y aparece con frecuencia en el Borges de Bioy. Además de las muchas veces que come en casa, hay entradas como la del 13 de diciembre de 1971: “Por la tarde, voy a La Nación: por unanimidad elegimos los dos ensayos que más nos gustaron a Borges y a mí: resultan, para la alegría de todos, de Bianco (‘El ángel de las tinieblas’) y de Cozarinsky (‘El relato indefendible’)”.

Con las disculpas por una nueva intrusión de la primera persona en el texto, menciono a Bioy porque quiero contar una historia que no sé si es real, ni tampoco estoy seguro de que Cozarinsky haya sido el protagonista. Probablemente cuando el artículo se publique alguien me lo corrija, pero aún en el caso de que sea apócrifa, voy a mantenerla: merece haberla vivido*. Dicen que tras la muerte de Bioy —que sucedió justamente en 1999, el año en que a él internaron—, encontraron un sobre cerrado en un cajón de su escritorio. “Para Edgardo”, decía. Adentro tenía una hoja con una única palabra: “Escribí”.

Edgardo Cozarinsky (foto: Verónica Chen)
Edgardo Cozarinsky (foto: Verónica Chen)

Edgardo: el otro, el mismo

“Los personajes de Cozarinsky no dudan: entre atravesar una ciudad y evitarla, siempre eligen atravesarla”. Así caracterizaba Alan Pauls la narrativa de Cozarinsky en el prólogo a los Cuentos reunidos. La ciudad es una señal que aparece ya en el título del primer libro de relatos, Vudú urbano, que, según Susan Sontag podía ser interpretarse como “la descripción escéptica, semialucinada de la irreductible extrañeza de la vida ciudadana moderna”.

Vudú urbano, sin embargo, no está incluido en el volumen de Cuentos reunidos por decisión de su propio autor, ya que lo consideraba como la narración de un género impreciso —podríamos afirmar lo que él no dijo: era una novela— hecha con un único texto alrededor del que orbitaban trece “postales”, mezcla de ensayos y memorias. La idea central del texto era el exilio, a partir del hallazgo de un pasaje de avión Buenos Aires-París, París-Buenos Aires del que nunca se había usado el tramo de regreso. En el recuerdo se solapan ambas ciudades en un procedimiento que podría haber sido cortazariano, pero que Sontag no se equivocaba al identificar como de un borgiano tardío.

“La ciudad”, sigue Pauls, “es el desafío más alto con que se miden sus viajeros sus exiliados, sus fugitivos, especímenes ilustres pero a menudo desconsolados de una raza de outsiders que propone enigmas, reclama investigaciones, invita a desovillar tramas secretas —en otras palabras, horizontes ficcionales”.

Hay en Cozarinsky una pregunta por la alteridad, que va más allá de la aceptación o la comprensión: es la intención de dejarse seducir por el otro o la otra, es el deseo de ser otro. Aparece tematizado en La novia de Odessa (2001), El rufián moldavo (2004), Dinero para fantasmas (2012), Dark (2016), Cielo sucio (2021).

Lejos de dónde (2009) comienza con una alemana que trabajaba en un campo de concentración roba los documentos de una judía asesinada en las cámaras de gas para escaparse cuando se acerca el Ejército Rojo. Niño enterrado (2016) es una crónica protagonizada por un hombre llamado Edgardo Cozarinsky y escrita en tercera persona.

Las historias de En el último trago nos vamos (2017)—libro de relatos que, esta vez, sí está incluido los Cuentos reunidos—, quedan del otro lado del espejo: los vivos son los fantasmas de los muertos, las verdades se dicen después de la medianoche, el amor es pura pérdida. El título del libro tal vez se deba al bolero de José Alfredo Jiménez (que también escribió “El Rey”, “La Media Vuelta” y “Si nos dejan”), que habla de una despedida abrupta, pero sin añoranzas. Así eran los cuentos de Cozarinsky, un escritor alérgico a la melancolía.

Aunque sea como nota al pie, hay que destacar el humor corrosivo que podía poner en juego en libros como Burundanga (2009) y Museo del chisme/Nuevo museo del chisme (2005, 2013).

Edgardo Cozarinsky en el bar "Los Galgos" que había adoptado casi como su oficina
Edgardo Cozarinsky en el bar «Los Galgos» que había adoptado casi como su oficina

El ensō tatuado

Hay una técnica japonesa tradicional para arreglar jarrones que consiste en sellar las partes con un hilo de oro o platino. Las grietas, se dice, forman parte de la historia del objeto y el kintsugi —tal el nombre de la técnica—, en vez de disimularlas, se ocupa de resaltarlas.

Aún cuando él lo negase, aún cuando dijera que no suscribía a ningún manifiesto literario —lo ha dicho—, algo así como el kintsugi sería para Cozarinsky la función de la literatura. El protagonista de Dark es un escritor que recurre a aquella técnica para contar las experiencias que vivió cuando era adolescente con un hombre muy oscuro que lo dejó roto.

Talentoso para el cine y la literatura, Edgardo era un tipo de una gentileza inaudita y de muy buen humor aunque a veces se le notaba un malestar detrás del velo de la mirada. Tenía en su muñeca izquierda tatuado un círculo ensō —otro símbolo japonés del budismo zen—. Hay quienes lo pintan cerrado, pero él tenía el más conocido, el círculo que está apenas abierto: es la aceptación de la imperfección como parte esencial a la existencia.

Hace unos años, por la salida de En el último trago nos vamos, le pregunté cómo se imaginaba la muerte, tema que recorría muchos de los cuentos de ese libro.

—Es uno de los grandes temas de toda literatura —me dijo—. En lo personal, sé que me espera, pero no me inquieta. Solo temo la muerte de algunas personas que quiero.

En el final de Niño enterrado, Cozarinsky citaba la carta de Tatiana en Eugenio Oneguin, de Pushkin: “Te escribo una carta. Una vez dicho esto, ¿qué otra cosa queda por decir?”.

Edgardo Cozarinsky murió ayer, 2 de junio de 2024. Tenía 85 años. ///50Libros

* Andrés Di Tella me aclaró que la historia fue así, pero no era Bioy sino el crítico Alberto Tabbia


Publicado

en

por