“Me pone nervioso venir a la Argentina a hablar de Borges; qué puedo decir de él acá. La única solución que encontré es hablarles de Kafka”. El crítico checo Daniel Nemrava fue el encargado de cerrar ayer el IV Festival Borges con una conferencia sobre las influencias de Kafka en la literatura de Borges —hoy, sábado, hay una coda del festival: una caminata por el cementerio de la Recoleta en busca de las figuras borgianas.
Doctor en Filología por la Universidad Masaryk de Brno, Nemrava es actualmente director del Departamento de Filologías Románicas de la Universidad Palacký de Olomouc. Con una dedicación especial por la literatura latinoamericana y, en particular, la argentina, ha publicado, entre otros libros, Entre el laberinto y el exilio: nuevas propuestas sobre la narrativa argentina y, junto a Ezequiel De Rosso, Entre la experiencia y la narración: Ficciones latinoamericanas de fin de siglo (1970-2000). Nemrava, además, tradujo al checo a Roberto Bolaño —justamente quien alguna dijo que Kafka iba a mirar el fin del mundo desde un trono de hierro.
Nemrava comenzó la conferencia con una pequeña reseña de la vida de Franz Kafka y del, paradójicamente, tardío reconocimiento que tuvo en su país. Recién en 2007 se publicaron en la República Checa sus Obras completas, en una edición comentada. Kafka murió de tuberculosis el 3 de junio de 1924 —este año, en que se cumple el centenario de su fallecimiento, ha sido declarado “año kafkiano”—, y su obra estuvo prohibida primero por los nazis y luego por los comunistas. Max Brod, el gran amigo de Kafka que publicó sus libros en forma póstuma, logró escapar en el último tren antes de la llegada de los alemanes.
Si una noche un viajero
En la primera jornada del festival, Gabriela Saidon habló de la “judeidad” en la vida y obra de Borges. Como en un juego de espejos, la última estuvo dedicada al gran escritor judío que lo marcó. Borges tuvo una lectura temprana de Kafka. Lo leyó cuando era un adolescente y la familia vivía en Europa. Es probable que ya entonces haya leído, por ejemplo, el relato “Una confusión cotidiana”, donde A debe viajar a la ciudad H para cerrar un negocio con B, pero una serie de circunstancias —disparatadas— provoca que el encuentro nunca se produzca.
Nemrava rastreó la presencia de ese cuento en la paradoja de Zenón, que Borges refiere en “Kafka y sus precursores”, donde también menciona a El castillo: “Un móvil que está en A (declara Aristóteles) no podrá alcanzar el punto B, porque antes deberá recorrer la mitad del camino entre los dos y antes, la mitad de la mitad, y antes, la mitad de la mitad, y así hasta el infinito; la forma de este ilustre problema es, exactamente El castillo, y el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura”.
El milagro secreto
¿Jaromir Hladík es Franz Kafka? El protagonista del cuento “El milagro secreto” es un escritor judío de Praga condenado a muerte por los nazis, quien la noche previa a su ejecución le pide a Dios un poco más de tiempo para terminar su obra.
Nemrava fue leyendo el cuento y develando algunas referencias: “La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo ajedrez”. Además de situar la fecha justo el día previo a la ocupación nazi, cuando escapó Brod, la calle Zeltnergasse era donde vivía Kafka, quien, como sabemos, dejó tres novelas inconclusas: El castillo, El proceso y América (o El desaparecido).
“Hladík había rebasado los cuarenta años. Fuera de algunas amistades y de muchas costumbres, el problemático ejercicio de la literatura constituía su vida”. Kafka murió un mes antes de cumplir los 41 años.
Todo el cuento está marcado por un tono alegórico —kafkiano— y pesadillesco —¡kafkiano!—. En los días que dura el proceso, Hladík tiene varios sueños y en uno de ellos, sueña que entra en la nave central de la Biblioteca del Clementinum —la Biblioteca de Praga— y habla con un bibliotecario ciego. Hladík busca a Dios: “Está”, le dice el bibliotecario, “en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos”. Es una búsqueda —¡borgianamente!— imposible: él ha perdido la vista buscando esa letra.
En ese momento llega un hombre a devolver un atlas inútil: Hladík lo abre al azar y ve un mapa de la India. Y acá hay que abrir un paréntesis: en 1917, durante la Primera Guerra, Kafka había publicado “El nuevo abogado”, un cuento breve que narraba la historia del doctor Bucéfalo, quien, antes de ser un hombre de leyes —inútiles, para el tiempo de la guerra— había sido el caballo de Alejandro Magno, quien nunca había llegado a la India.
“Bruscamente seguro”, escribe Borges, Hladík “tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado”. Al día siguiente, delante del pelotón de fusilamiento, en lo que para ellos dura un instante, para él transcurre un año, el lapso necesario para concluir su tarea.
Por qué no creer, entonces, que el cuento sea el milagro secreto que el agnóstico Borges implora a través de su fe en la literatura para que le sea concedido a Kafka. ///50Libros