Entre 1933 y 1938, el régimen nazi promulgó alrededor de dos mil ordenanzas atinentes sobre la raza. Casi todas las dimensiones de la vida pública y privada de una persona pasaron a depender de su designación oficial como ario o judío: un judío no podía trabajar, sus hijos no podían recibir educación, ni siquiera podía andar en bicicleta o viajar sentado en un colectivo. Por lo tanto, pertenecer a un lado o a otro de la demarcación fanática de los nazis se convirtió en una cuestión esencial.
En ese marco, el caso de Hanns Schwarz resultó paradigmático para entender el aparato racial del nazismo. Nacido en 1898, hijo natural de una mujer aria y un padre desconocido, Schwarz estaba casado con la hija de un rabino. Su condición definía, entonces, no sólo su futuro sino el de su mujer y sus hijas: si se demostraba que era hijo de dos arios, la pareja como “matrimonio mixto privilegiado” y sus hijas serían mitad arias, pero si su padre era judío, el sería un mestizo —un mischling— y sus hijas, por tres de sus cuatro abuelos judíos, serían consideradas legalmente judías.
En el verano de 1938, cuando Hanns había cumplido 42 años, el Reichssippenamt —el Servicio Genealógico del Reich— le informó que su padre era un tal Nathan Schwarz. Era la primera vez que escuchaba el nombre de quien podía ser su padre, y era un judío. Pero la madre de Hanns compareció ante el tribunal y dijo que la información era incorrecta y que el hombre que buscaban era, en realidad, Robert Koch, ario, ya fallecido. El proceso para determinar la identidad de Hanns fue largo. Todavía no se habían desarrollado las prácticas modernas y el análisis del ADN, por lo que lo que distinguía la paternidad bajo el nacionalsocialismo era, antes que la ciencia, la política. Pero el régimen se jactaba de ser racional y los jueces convocaron a testigos y especialistas. Durante el tiempo que tomó llegar a un veredicto, Schwars perdió su trabajo y su familia vivió con la angustia constante de la amenaza de muerte: en caso de que se determinara que era judío, el destino sería un campo de concentración.
Un padre en formación
La historia de Hanns es una de las tantas que Nara Milanich, doctora en Historia por la Universidad de Yale, recoge en su ensayo ¿Quién es el padre? (Siglo XXI Editores), un trabajo que reseña cómo Occidente buscó dar respuestas a una cuestión de interés cultural, legal, político y científico, como es la identidad paterna.
Escribe Milanich: “Mientras la identidad de la madre puede conocerse por el hecho mismo del parto, el padre siempre ha sido desesperadamente incierto. La tarea de identificación motivó a médicos, al menos desde Hipócrates, y preocupó a juristas de los derechos romano, islámico y judío. Los padres que aparecen en la literatura han cavilado sobre su paternidad en las obras de autores como Homero y Shakespeare, Hardy o Machado de Assis. Teóricos, desde Friedrich Engels hasta Sigmund Freud, postularon que la incertidumbre paterna era el fundamento primordial de la sociedad y de la psiquis humana. Para una generación de antropólogos de comienzos del siglo XX, las creencias de las distintas culturas acerca de la paternidad eran el tema más apasionante y controvertido en la ciencia comparativa del hombre”.
A lo largo del libro, Milanich observa el juicio en el que Charlie Chaplin es condenado moralmente a hacerse cargo de una nena, pese a que el análisis de sangre debería haberlo exonerado. Los análisis pseudocientíficos y la profusión de charlatanes que aseguraban determinar fehacientemente la identidad de un niño. Los juicios por herencias, el adoctrinamiento moral de los cuerpos, las calumnias sobre las mujeres que fueron violadas, los cambios de bebés, la segregación de los niños mestizos durante la ocupación norteamericana en Italia, la influencia de los medios y hasta la posibilidad de hacerse un test de ADN “recreativo”.
Quién es tu papi
Poco le importaba a Hanns Schwars saber quién era su padre, sino terminar con el juicio. Y salvar su vida. Cuatro años después, el juzgado llegó a la irrefutable evidencia —y, por otro lado, incontrastable— que era hijo de un ario. El hecho no sólo le permitió retomar sus funciones y hacer que sus hijas vuelvan a la escuela, sino que se convirtió en una estrategia para muchos otros que estaban en su condición: hijos de padres “inciertos” o hijos de matrimonios mixtos que negaban al padre —decían ser hijos extramatrimoniales— para escapar del exterminio.
Pero, si en aquel entonces la cuestión de la paternidad era vital, hoy hay quienes lo toman como mero entretenimiento. Desde hace dos décadas, circula por las calles de Nueva York un camión Ford F-350 con la leyenda “Quién es tu papi” —who’s your daddy, una frase con connotaciones sexuales— convertido en laboratorio móvil, donde es posible hacerse un test de ADN con un costo que varía entre los 79 y los 599 dólares. Se cree que alrededor del 20% de los estadounidenses se han hecho estos estudios.
Sin embargo, pese a que los avances de la ciencia permiten determinar la paternidad con una efectividad de virtualmente el 100% de precisión, la realidad se ha vuelto más compleja con padres del mismo sexo, vientres subrogados o manipulaciones genéticas. Los lazos de familia son importantes para los Estados porque confieren acceso a las pensiones de guerra y a la seguridad social, a la nacionalidad y al derecho de los no ciudadanos a radicarse en el país. Lo que viene a demostrar el libro de Milanich es que no existe ni existió la “familia tradicional” y que la paternidad —la maternidad, la familia y la identidad— es, antes que biológica, es una construcción social y política. ///50Libros