Se conmemora hoy un nuevo aniversario del fallecimiento de José Saramago, uno de los más destacados escritores portugueses contemporáneos y quien recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1998 por su capacidad para, en palabras de la Academia Sueca, “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.
Entre sus obras más reconocidas se encuentran El año de la muerte de Ricardo Reis, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, El hombre duplicado y Las intermitencias de la muerte. Con cada novela abordó temáticas profundas y universales: desde la identidad y la religión hasta la naturaleza del poder y la burocracia administrativa de la mortalidad.
Saramago nació el 16 de noviembre de 1922 en Azinhaga, en el seno de una familia campesina, y a lo largo de su vida, mantuvo un fuerte compromiso con las causas sociales y políticas, lo que se reflejó tanto en su trabajo literario como en su activismo. Murió en Tías, una localidad de la isla de Lanzarote, el 18 de junio de 2010.
Vida y literatura
En 2003, cinco años después de haber recibido el Premio Nobel, José Saramago participó en una videoconferencia con distintos medios de comunicación internacionales donde compartió sus ideas sobre la literatura. Publicamos aquí algunas de sus frases:
– “Muchas veces me han preguntado por qué escribo, por qué sigo escribiendo. Yo respondo que lo hago para comprender. En el fondo el mío es un profundo intento por comprender qué soy, y los porqués de este mundo desgraciado. Esa tarea puede llevarnos toda la vida, por más larga que ésta sea, y lo más sorprendente es que posiblemente no obtendremos, por más que busquemos, ninguna respuesta.”
– “El hombre es un ser muy extraño. Mi tesis es que cuando el hombre se descubrió como un ser inteligente, se volvió loco. Mi admirado Conrad Llorens aportó una definición exacta: dijo, ‘¿Saben cuál es el eslabón perdido entre los monos y el ser humano? Somos nosotros.”
– “El problema de la identidad, que está en el núcleo de mi obra, no tiene desde el punto de vista filosófico una respuesta definitiva. Ninguno de nosotros puede responder cabalmente a la pregunta de qué somos los seres humanos. Responder quiénes somos es fácil: nos basta relatar detalles de la propia vida. Pero la pregunta ‘qué eres’ no tiene respuesta ni la tendrá ni nunca la ha tenido. Actuamos como si lo supiéramos, pero nadie sabe qué es el alma, qué es el espíritu. ¿Podríamos definirnos como seres culturales, a diferencia de los animales? Posiblemente, pero esa respuesta es insuficiente. Uno de los personajes de Ensayo sobre la ceguera, la chica de gafas oscuras, arriesga que dentro de cada uno de nosotros hay algo que no tiene nombre, y que dice que ‘eso’ es justamente lo que somos. El epígrafe de Todos los nombres, entretanto, dice ‘¿Conoces el nombre que te dieron? No conoces el nombre que tienes’. La literatura, la filosofía, el arte en general no son más que vanos intentos por desentrañar eso que somos, y que seguramente no llegaremos a conocer nunca.”
– “En casa de mis padres no había un solo libro. Mi primer libro me lo compré a los 19 años, con el dinero que me prestó un amigo. Las lecturas que me formaron provienen de las largas noches que pasaba en las bibliotecas públicas, durante mi juventud. Leía todo lo que llegaba a mis manos, sin mucha noción, sin ninguna guía. Mi familia de espíritu, los escritores que me marcaron, fueron Gogol —que se reía de todo, pero con tristeza, como podemos reírnos de lo que no llegó a definirse, frente a la banalidad—, Montaigne —que debería ser de lectura obligatoria para todo aquel que pretenda escribir bien—, el gran Cervantes. Y sobre todo Kafka, ese hombre tan curioso que, desde su mediocre cotidianidad de funcionario de banco, produjo una obra de valor incalculable.”
– “No reconozco ninguna influencia directa sobre mi obra, ni temática ni estilística. Lo bueno es que tampoco la reconocen los críticos. Dicen que cada escritor reinventa la lengua, y en ese sentido me siento satisfecho.”
– “Cuando tenía 17 años leí una frase que me impactó muchísimo. Decía ‘Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo’. Muchos años después, en 1984, seguía buscando las razones de la magnitud de ese impacto. Escribiendo El año de la muerte de Ricardo Reis, fruto de la fascinación y el rechazo que esa frase me provocaba, descubrí que yo escribía para responderle a su autor: ‘La sabiduría no podrá ser jamás contentarse con el espectáculo del mundo’. La sabiduría está relacionada, creo yo, con lo opuesto: con atreverse al incorformismo, a la formulación de las preguntas definitivas, a la búsqueda profunda de razones.”
– “No tuve la suerte de poder cursar la universidad. Me queda el consuelo de que hoy soy Doctor Honoris Causa de 26 universidades de todo el mundo, incluyendo la UBA, de Argentina”.
– “El Evangelio según Jesucristo es el más polémico de todos mis libros: gracias a él la Iglesia me acusó de hereje, el Vaticano virtió sobre mí una catarata de insultos y en mi país el libro se prohibió. ¿Por qué? No lo sé: no hice más que humanizar a Jesús. Escribí que José fue un joven padre judío y que de su unión con una mujer de carne y hueso nació un chico: ensangrentado, sucio, mojado, que rompió las entrañas de su madre como al nacer hacemos todos los hombres. Para defenderme de los que me llamaron hereje, no tengo más que decir que la palabra ‘herejía’, etimológicamente, quiere decir ‘el que elige otra cosa’, y que todos deberíamos tener ese derecho. Aunque las religiones nunca fueron contemplativas con los que piensan distinto, ni han servido nunca para acercar a los hombres los unos a los otros.”
– “Ensayo sobre la ceguera es, desde el título, una metáfora sobre la ceguera que la especie humana tiene en términos humanitarios. Somos todos ciegos, pensé mientras esperaba la comida en un restaurante de Sevilla, junto a mi mujer. Ninguna especie animal es cruel, ellos no matan sino para comer. Sólo los seres humanos somos capaces de torturar a un semejante o matarnos por una idea.”
– “Todos los nombres, en tanto, indaga en la problemática de la globalización, en un sentido amplio, y en la cantidad de ‘falsedad’ que hay en el mundo de la imagen. Vivimos una era en que, por un proceso de acumulación veloz de las imágenes, éstas ocultan lo que supuestamente pretenden enseñar. La televisión es el mejor ejemplo de esto: en la pantalla todas las imágenes poseen el mismo valor. Es lo mismo una catástrofe, una guerra o un anuncio publicitario. La realidad se banalizó, se algún modo: en la era de la imagen todo vale lo mismo.”
– “Yo hice mi propia lectura e interpretación del Quijote: para mí, Alonso Quijano no estaba loco, como piensan todos. Fue, simplemente, un hombre que se hartó de la vida que llevaba, y que encontró en la excusa de la locura la única vía de escape a esa realidad que lo agobiaba. El consiguió lo que quería: vivir una vida distinta, sentía como dijo Rimbaud, que la vida auténtica estaba en otra parte. No se explica de otro modo que amenazara a Dulcinea con volverse loco si ella no le entregaba su amor. Ningún loco de verdad amenaza con volverse loco. Tampoco se explica que recobrara la cordura tres minutos antes de morir, cuando Sancho lo invita a continuar la aventura y él le dice que ya es demasiado tarde. Quizás el propio Cervantes se haya creído el cuento de su locura. Pero la lógica pura y la retórica del personaje la desmienten. Los desafío a que lean la historia y saquen sus propias conclusiones.”
– “En La caverna narré la historia de unos alfareros que, en un mundo de plástico, se descubren inútiles, fuera de lugar. En el trasfondo de la trama late una realidad vigente y horrorosa: los seres humanos que ya no están en su edad productiva se convierten en productos desechables. El ser humano se ha convertido en el más descartable entre los productos descartables del planeta. Podemos no necesitar más lo que produce un alfarero, en tiempos en que todo es de plástico. Lo que es inconcebible es que no se necesite a la persona.” ///50Libros