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Tres poemas de María Gainza

«Los poemas de María Gainza», decía Luis Chitarroni, «son un prodigio de invención escalonada, inmediata». Publicamos aquí tres poemas de «Un imperio por otro» (Mansalva, 2021)

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María Gainza
María Gainza

En 2021, la autora de El nervio óptico y La luz negra escribió su primer libro de poemas, Un imperio por otro (Mansalva, 2021), donde aborda una serie de obsesiones personales: la enfermedad, la muerte, los caballos.

«Los poemas de María Gainza», decía Luis Chitarroni, «son un prodigio de invención escalonada, inmediata. En Un Imperio por Otro, la enunciación nunca es mansamente anecdótica. Tiene sus filos y sus brillos, sus quebraduras, sus relámpagos de sombra. No nos hacen envidiar los dones de la escritura, que sobran, sino los de una experiencia asombrosa, saturada de conocimientos y sabores en apariencia ínfimos. Hacer las cosas imperfectas y bien. Ah, la envidia, tan luego, esa espesura.»

Pasatiempos

La señora de Bengolea
embalsamaba búhos en el campo
con un líquido verde
que se hacía traer del pueblo
dentro de una botella de gin.
Los deja duritos como escoba,
decía y lanzaba su risita nerviosa
en cascabel.
Todas las tardes, mientras los pájaros
se iban endureciendo, ella pensaba
que quizás al señor Bengolea
ese día se le antojara un trago.
Pero no se lo ofrecía
porque la idea de tocarlo
le daba impresión.

"Un imperio por otro", de María Gainza (Ed. Mansalva)
«Un imperio por otro», de María Gainza (Ed. Mansalva)

La abuela

Esto me lo contó Beatriz
y no sé si es verdad
pero es en ese «quizás»
donde las cosas se vuelven
interesantes.
Cuando su abuela
empezó a envejecer
se encerró en su departamento
de la calle Lafinur custodiada
por la boisserie y los candelabros
de plata.
No volvió a salir.
Si su nieta iba a visitarla
la esperaba en cama
entre sábanas limpias de algodón.
Acercáte, chiquita, no seas tímida.
Beatriz, con sus manos apretando la falda
de su vestido de organza y los ojos fijos
en los arabescos de la alfombra,
daba unos pasos hacia ella.
La anciana recorría con dedos anudados
el rostro fresco en busca de imperfecciones.
Maldita juventud, murmuraba
entre dientes y apretaba los labios
hasta hacerlos desaparecer.

El nervio óptico

De chiquita
ve la cosa y su doble
pero no sabe de Platón.
Diplopía, sugieren,
y viene y va
el lápiz persistente
frente a su nariz.
Las calistencias del ojo,
una antigua receta
para fortalecer el músculo.
No es bueno
vivir con fantasmas,
y el oculista pregunta:
¿cuántas figuras ve?
Una, contesta ella
(para qué mencionar la otra)
y todos se felicitan,
es cosa seria, esto
de unificar la visión.


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