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Mariana Sández: “Si nunca terminás de conocer a una persona, ¿por qué sería distinto con un personaje?”

Después de “Una casa llena de gente”, Sández publica “Una vida en miniatura” (Impedimenta), una novela de descubrimiento con uno de los personajes más sorprendentes de la literatura argentina actual

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Mariana Sández (foto: Alejandro Guyot)
Mariana Sández (foto: Alejandro Guyot)

Entonces Dorothea Dodds, 59 años, toda la vida dedicada a cuidar a sus padres —Sofía, madre hipocondríaca; Robert, padre artista y ególatra— dice preferiría no hacerlo. La familia ha pasado tres semanas en Londres en la casa de la prima Mary y, cuando van camino al aeropuerto para regresar a Buenos Aires, Dorothea se planta y dice que no vuelve, que se va a quedar, que para que sus padres no estén solos va a viajar su prima, Mary, pero que ella se queda. Unas semanas. O unos meses. O más.

Así comienza La vida en miniatura, la nueva novela de Mariana Sández —autora también de Una casa llena gente (Cía. Naviera; 2020)—, que crea a uno de los personajes más sorprendentes de la literatura argentina actual. Es que Sández tiene la capacidad de conmover con la trama, pero también con la elegancia de su estilo, y La vida en miniatura —que podría haberse llamado simplemente “Dorothea Dodds” como David Copperfield, Emma o Eugene Onegin— es una inesperada novela de iniciación donde la protagonista, en lugar de salir a la adolescencia, está entrando en la madurez.

Yo veía una ventanita de luz en esa edad, que es llegar a la jubilación”, dice ahora Sández en diálogo con 50Libros, “pero de qué se iba a jubilar si su nunca había tenido un trabajo formal”. Como hija de un pintor reconocido, Dorothea se había convertido en una suerte de secretaria que respondía las cartas, verificaba los textos en muestras, ordenaba los contratos con las galerías, arreglaba las ventas en las casas de subastas. Su vida estaba en un segundo plano: ella misma pintaba, pero no conseguía que el padre la viera como una artista; tenía una relación confusa con un compañero de su clase de francés; su conexión con el mundo apenas eran las charlas con su prima y las cartas de su hermano. Hasta que deserta.

La novela tiene seis capítulos y los títulos forman la frase: “Mandando / todo / un poco / al diablo / desde ahora / y para siempre”. Una vida en miniatura puede ser interesante si uno sabe dónde poner la lupa.

La vida en miniatura, de Mariana Sández (Ed. Impedimenta)
La vida en miniatura, de Mariana Sández (Ed. Impedimenta)

¿Cuánto hay en Dorothea de “Wakefield”, el cuento de Hawthorne?

—Es uno de los personajes que más me influyó para construirla. Como también Bartleby, Bachmachkin de “El capote” de Gogol, algunos de Robert Walser, de Vila-Matas. Son personajes grises que parecen ínfimos, pero que, a la vez destilan, una gran profundidad. Y, por otro lado, tienen una vida muy enigmática. Uno nunca puede explicarse por qué Wakefield hace lo que hace, por qué Bartleby hace lo que hace. Quizás lo que más me fascina de esos personajes es el misterio al que no puedo acceder. No digo que los míos se parezcan, pero sí que dejaron en mí una secuela a partir de la que trabajo. Son personajes pequeños que quedan prendidos al lector de una manera enorme.

En el caso de Dorothea hay un juego de opuestos, porque ella es quien es en tanto se diferencia de los padres, de su prima, de su hermano. ¿Cuánto sabemos de ella?

—Un librero de España se hizo una remera que decía “Who the fuck is Dorothea Dodds?”. Ese librero me planteó esta misma pregunta y yo no sé si la puedo responder. ¿Quién es ella? ¿Por qué se comporta de la manera que se comporta? Yo no sé si lo quiero saber. Me gusta su historia, pero me gusta que le quede un lado insondable. Que lo interprete cada uno. Además, me parece que eso siempre es así. Tengo la sensación de que no importa cuánto convivas con una persona, nunca terminás de conocerla. Por qué sería distinto con un personaje, de quien uno sabe determinadas cosas, pero no necesariamente todo lo que ocurre en su psicología. Mary trata de entenderla, Mckenzie trata de entenderla, su pareja trata de entenderla, pero nadie llega realmente al fondo.

Mencionás a McKenzie, el sacerdote que Dorothea conoce cuando llega a Liverpool, que es un guiño a los Beatles. ¿Cuánto de Eleanor Rigby hay en Dorothea?

—Un montón. Siempre tuve la idea de que la letra de “Eleanor Rigby” es una novela. Así de comprimido y económico como es el texto, destila una historia inmensa, una soledad que te atraviesa. Bueno, ella es una especie de vecina y ahí está el Father McKenzie para recordárnoslo.

Hay también cierto anacronismo en la forma en que se comunica con su hermano, que es por carta. ¿Por qué?

—Es cierto es que ella tiene 60, pero como eran antes porque los de ahora son más juveniles. Él se va de la casa porque, si se quedaba, iba a matar al padre. La relación de los hermanos se mantiene por el vínculo artístico que tienen. Hablan por carta porque se intercambian fotos y dibujos. Obviamente, lo podrían haber hecho por WhatsApp, pero el correo postal me parece que plantea una relación en el margen. Ella se maneja por WhatsApp con los padres y la prima, pero con el hermano tiene una relación al margen.

La música de Dorothea

En la novela también circula la pregunta por el sentido del arte, pero no se contesta.

—No sé si te respondo con esto, pero, por cosas que he hablado en clubes de lectura, tengo la sensación de que ella tiene una relación natural con el arte. Pinta porque lo necesita, porque en el papel hace algo que logra la vida. Lo mismo decía Leila, la escritora, en la novela anterior: lo que en la vida es imposibilidad, en el arte se vuelve potencia. Acá hay algo parecido. Ella, en definitiva, quiere un reconocimiento del padre, pero no necesita el de los demás. Hoy eso está bastante desvirtuado, también. “Yo soy en tanto me expongo en las redes, yo soy en tanto me reconocen, yo soy buena en tanto me multiplico en tantas notas de diario”. Ella no lo necesita y, en ese sentido, también parece alguien del pasado.

Tenía una pregunta sobre ese tema y tu respuesta me cambia un poco el enfoque, pero te la hago igual. ¿Cuánto tienen que pelear las mujeres por ser reconocidas como artistas o escritoras?

—Yo creo que ahora mucho menos. Pero en el caso de Dorothea, antes que algo social, quise mostrar el reconocimiento del padre, que es una figura muy poderosa, muy narcisista. No soporta la competencia. Necesita ser el que rige en ese mundo. Hay una otra cuestión: el maestro del padre era Lowry, que es como un espejo de la vida de Dorothea. La madre de Lowry quería una mujer; una cosa muy rara porque a fines del siglo XIX todo el mundo quería tener varones. Pero ella quería una hija y nunca pudo aceptarlo. Y cuando él empieza a llevarle sus pinturas, la madre siempre le decía que eran un horror. Él hacía sus obras para que la madre lo quiera y ella lo rechazaba. Eso es lo que me importaba con Dorothea y el padre. Lo mismo pasa con todas las escritoras que aparecen citadas en el libro: todas habían empezado a escribir para alcanzar al padre.

¿Cuánto de tu paso por el Malba hace sentido en una novela donde el arte cruza la trama?

—Estuve en el Malba y también estuve siete años en Bellas Artes haciendo gestión cultural, literaria. Si bien no me siento una conocedora de arte, evidentemente hay un clima, un ambiente que se me fue impregnando. Además, trabajé muchos años con diseñadores y libros de arte. Hay ahí un lenguaje, una manera de mirar. Pero, por otra parte, tuve que investigar bastante para armar el estilo de Dorothea y el del padre. Cómo podía ser el estilo del padre habiendo venido de Manchester, habiendo sido alumno de Lowry.

Una característica de tus novelas es el humor. Acá hay un “casi humor”. ¿Hasta dónde te lo permitís?

—En esta novela el humor fue bastante difícil porque está un poco contenido. En la otra había más disparate, había más juegos de lenguaje, inventaban cosas, palabras, etcétera. Acá es más discreto, pero siempre hay. Es algo que evidentemente ocurre porque no me gusta demasiado la dramatización. Me gusta más reírnos de cómo somos que hacer una tragedia. Entonces siempre hay una cosa burlona o zumbona. ¡Fijate las tonterías que hacemos para alcanzar al padre! Me gusta mucho el personaje de Mary, porque es la que más satiriza, se burla de que su tío es tacaño con los vinos y los chocolates. Dorothea nunca se hubiera animado, pero ella puede.

Dorothea hace “house sitter” en Inglaterra y una de las casas en donde vive es de un matrimonio de músicos. Y, al final del libro, hay un QR para escuchar canciones hechas para el libro. ¿Cómo fue esa idea?

—Yo había puesto como personajes a Mariano Gillmore y Belén: no son exactamente ellos, pero son la pareja de York. Jugando con la metalepsis, que es que alguien de la realidad aparezca en la ficción y a su vez después salga a la realidad, le pregunté a Mariano si no quería hacer los temas. Los van a tocar cuando hagamos la presentación. /// 50Libros

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Mariana Sández presenta La vida en miniatura el miércoles 31 de julio a las 18 en Dain Usina Cultural (Nicaragua 4899)


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