Más de una vez se ha acusado a la literatura norteamericana de ser endogámica y autorreferencial. Sin embargo, la literatura ha encontrado la manera de horadar esa afirmación. Eso no solo se ve en la diversidad de idiomas que aparecen en los mejores cien libros del siglo XXI, sino también en cómo las reseñas validan un cosmopolitismo literario permanente. Esta semana, el New York Times publicó dos largos artículos sobre las escritoras argentinas Hebe Uhart y Camila Sosa Villada.
El de Uhart se debe a la publicación póstuma de una colección de crónicas; el de Sosa Villada es por el impacto que han provocado sus libros, traducidos a más de veinte idiomas y en proceso de ser llevados al cine.
Una cuestión de pertenencia
La editorial independiente Archipielago Books acaba de publicar una colección de crónicas de Hebe Uhart, reunidas bajo el título A Question of Belonging. Si bien los relatos de Uhart ya habían aparecido en The New Yorker y The Paris Review, este volumen presenta a la Uhart cronista que, quizás, fuera el perfil más valorado de su obra. De hecho, Dwight Garner, comentarista del New York Times, la compara con Joan Didion.
Uhart, escribe Garner, “viajaba de manera humilde, prefería los pequeños pueblos y evitaba las grandes ciudades. Su enfoque era el de una flâneur que observaba y recogía detalles mientras deambulaba y se sentaba en cafés modestos. En lugar de apresurarse a emitir juicios, Uhart se tomaba el tiempo para absorber la esencia del lugar, encontrando valor en las interacciones humanas más sencillas y auténticas”.
El título del libro es un acierto: Hebe Uhart tenía una notable sensibilidad para interpretar el sentimiento de comunidad y pertenencia que se notaba en cómo registraba la amabilidad de la gente y la perspicacia para interpretar detalles curiosos —como la suspensión de un partido de fútbol por una invasión de avispas o la oda de un lector a sus anteojos—. El humor es el rasgo más saliente de Uhart. Uno puede imaginársela riéndose mientras escribía lo extraño de leer a Barthes en un lugar donde los cerdos corrían a su antojo o decía que los comunistas guardan los libros viejos del abuelo sin siquiera pasarles un plumero eso “sería como quitarle el polvo al abuelo”.
Escribir la ayudó a darse cuenta de que era mujer
Como si fuera imposible abstraer obra de escritora, el artículo de Natalie Alcoba en el New York Times hace foco en Camila Sosa Villada antes que en sus libros. Aunque es cierto que sus libros tienen un fuerte anclaje autobiográfico. Nacida en 1982, sus primeros años estuvieron marcados por un contexto duro e inclemente, donde más de una vez, a los 13 o 14 años, cuando empezaba a vestirse como mujer, sufrió escenas de violencia —y alguna vez tuvo que correr a casa bajo una lluvia de piedras—. Más adelante, cuando se mudó a Córdoba, donde iba a estudiar comunicación y teatro, tuvo que prostituirse para sostenerse.
“Habitó una voz femenina en primera persona en las historias que escribió y mantuvo en secreto a sus padres”, escribe Alcoba, “fue un poderoso acto de emancipación, cargado de vergüenza y travesura, como si estuviera haciendo algo prohibido”. Esa voz es la que consiguió plasmar en Las malas, Tesis para una domesticación y Soy una tonta por quererte, que acaba de traducirse al inglés. En una carrera cada vez más notable, ha recibido una cantidad de reconocimientos internacionales, entre los que se pueden mencionar el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Grand prix de l’héroïne Madame Figaro de Francia y el Premio Finestres de Narrativa.
“Su prosa precisa”, dice la periodista norteamericana, “puede ser tierna y contundente a la vez, ofreciendo dosis de alegoría caprichosa junto con actos de violencia íntima, y eso le ha ganado una audiencia cada vez mayor”.
Chicas malas está siendo adaptada para la pantalla en un proyecto encabezado por Armando Bo. Tesis sobre una domesticación, que será protagonizada por la propia Sosa Villada y cuenta con la producción de Gael García Bernal y Diego Luna, tiene fecha de prevista de estreno a fin de año. ///50Libros