(Noticias Argentinas) «Lo siento, Dave, me temo que no puedo hacer eso», le dice HAL 9000, una inteligencia artificial avanzada, al astronauta Dave Bowman cuando le pide que abra la compuerta de la Discovery One, con el cuerpo sin vida de Frank Poole, el otro astronauta de la misión a Júpiter. Esta famosa escena de la película 2001: Odisea del Espacio, en la que HAL advierte cómo los humanos pretenden desconectarla y ella se niega. El aclamado film de Stanley Kubrick puso en la pantalla grande uno de los grandes temas de los últimos dos siglos: la relación entre la transformación digital —y las máquinas— y los humanos.
Hoy, lejos del espacio exterior y cerca de la vida cotidiana, la inteligencia artificial (IA) dejó de ser una cuestión lejana. Sin embargo, la amenaza de sustitución del humano persiste. Desde traductores hasta las recomendaciones personalizadas de series y películas, la IA se estableció en todos los órdenes y, como un acompañante silencioso e intangible, guía hacia la automatización de la vida.
¿Y el empleo? ¿Las máquinas serán los sirvientes o la clase trabajadora? ¿O ambas? ¿Y los humanos en el mercado laboral? Sobre el futuro del trabajo, la reconfiguración del tiempo libre y cómo el cambio tecnológico hace pensar en nuevas categorías reflexionan Eduardo Levy Yeyati y Darío Judzik en su libro Automatizados. Vida y trabajo en tiempos de inteligencia artificial (Ed. Planeta).
Levy Yeyati es profesor plenario de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) e investigador principal del CONICET. Asesor de gobiernos y organismos multilaterales, fue economista jefe del Banco Central de la República Argentina y autor de numerosos libros. Darío Judzik es doctor en Economía Aplicada (Universidad Autónoma de Barcelona) e investigador en temas sociolaborales. Hoy se desempeña como decano ejecutivo de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, y dirige proyectos de investigación para organismos internacionales. Juntos, ensayan un “optimismo matizado” sobre una situación socioeconómica compleja.
“El fin del trabajo, tal como lo conocemos, es posible y probable”, escriben los autores en el ensayo. Sin embargo, sostienen que hay “margen para el optimismo porque hay margen para la acción”. Lejos de la perturbadora escena de 2001: Odisea del espacio, Levy Yeyati y Judzik plantean en Automatizados que la IA no debe ser vista como una amenaza inevitable, sino como una oportunidad para la adaptación en el mercado laboral. “El fin del trabajo puede ser extraordinariamente liberador, si se dan ciertas condiciones”, señalan los autores. ¿Cuál será el lugar para los humanos?
“Las habilidades interpersonales y la empatía serán relativamente más importantes, ya que la automatización ya no solo reemplaza tareas rutinarias y repetitivas, sino también competencias intelectuales sofisticadas”, dice Levy Yeyati en esta entrevista.
Automatizados parte de cuatro hipótesis esenciales para “estar preparados para lo que viene”, sobre las que se desarrolla el ensayo. ¿Cuáles? La historia no se repite, habrá menos trabajo; la tecnología puede liberarnos o fragmentarse; hay límites humanos a la automatización y el trabajo no se pierde, solo se transforma en trabajo no remunerado son las ideas sobre las que profundizan los autores en las más de 250 páginas del libro.
Un detalle curioso del libro es que desde la tapa, el lector toma contacto con la inteligencia artificial. ¿Cómo? La imagen llamativa que ilustra Automatizados es una composición digital generada mediante DALL-E. Respecto a la creatividad, Yeyati señala a que, “si bien habrá consumo de productos artificiales, como ya los hay, el aura de lo hecho por el hombre le dará refugio al factor humano”. En la era del postempleo, Automatizados propone pensar en el mundo por venir, que descarta algunos lugares comunes y silencia a las inteligencias artificiales a las que tanto teme la humanidad: las que son como HAL 9000.
—En Automatizados mencionan que la revolución tecnológica es más que la inteligencia artificial, ¿qué es? ¿Qué más?
—Hay tecnologías emergentes y en desarrollo que están transformando a la sociedad, la economía y la vida cotidiana. Por ejemplo, el Internet de las Cosas, que denota la interconexión de dispositivos físicos a través de internet y va desde electrodomésticos inteligentes hasta sensores industriales, mejora la eficiencia y la calidad de vida mediante el análisis de datos en tiempo real. La tecnología 5G promete velocidades de Internet ultrarápidas, baja latencia y mayor capacidad de conexión y se usa en vehículos autónomos, telemedicina y en ciudades inteligentes. Blockchain tiene aplicaciones en la gestión de identidades, la trazabilidad de productos y en la descentralización de servicios digitales. La biotecnología y la edición genética aceleran la medicina y la agricultura. La robótica tiene un recorrido autónomo y está transformando la industria, mejorando procesos y reduciendo costos. La nanotecnología crea nuevos materiales con usos en medicina, electrónica, medio ambiente. Todas ellas se nutren de la inteligencia artificial como tecnología de uso difundido, transversal, pero no todo es IA.
—Automatizados indaga en el futuro del trabajo. ¿Qué cualidades debería tener el empleado del futuro? ¿La inteligencia artificial lo suplanta o lo complementa? ¿Cómo imaginan los empleos?
—En un mundo donde el cambio y la rotación se aceleran, la capacidad de aprender y de adaptarse rápidamente a nuevas tecnologías y procesos es fundamental. Las habilidades interpersonales y la empatía serán relativamente más importantes, ya que la automatización ya no solo reemplaza tareas rutinarias y repetitivas, sino también competencias intelectuales sofisticadas. Con la cautela que requieren los pronósticos, creo que en el futuro se buscará la capacidad de trabajo en equipo, de gestión de conflictos, de comunicación, y, sobre todo, el talento para funcionar como una interfaz entre la tecnología y el usuario: el desarrollador de software sobrevivirá mejor que el programador. Las ocupaciones podrán llamarse igual, pero seguramente combinarán tareas humanas con otras ejecutadas por la tecnología. Por ejemplo, los médicos clínicos usarán la IA para diagnosticar mejor, mientras brindan atención empática y personalizada a sus pacientes. Por otro lado, la creatividad humana y la capacidad de pensar fuera de la caja serán importantes. La IA puede procesar datos y encontrar patrones, incluso puede recombinarlos para producir algo nuevo, pero la inspiración y la innovación son cualidades inherentemente humanas que seguirán siendo valoradas.
—¿Cómo puede ayudar la inteligencia artificial a un país como Argentina? ¿Argentina puede llegar a ser un país rico gracias a la AI? ¿Cómo?
—La respuesta a la primera pregunta es larga. La IA puede mejorar la productividad en la agricultura, optimizando recursos, prediciendo patrones climáticos y enfermedades de los cultivos, mejorando rendimientos. Y en la manufactura, automatizando procesos y aumentando la eficiencia. También puede potenciar las industrias basadas en el conocimiento, donde ya hay bastante actividad en el país: desarrollo de software, biotecnología, tecnologías limpias. También puede transformar al sector público, digitalizando y simplificando la administración y mejorando la asignación de recursos, optimizando los servicios de salud (por ejemplo, con sistemas de diagnóstico asistido), haciendo más inclusiva la educación (contener a los rezagados con plataformas personalizadas). Pero la IA no nos hará ricos, nada corrige mágicamente el daño de las políticas fallidas. De hecho, la IA puede hacernos más pobres, si seguimos mirando su evolución desde afuera, mientras las economías más avanzadas se abrazan a ella.
—¿Creen que se puede reformar un Estado con AI? ¿Qué análisis hacen sobre eso?
—No se puede. Pero la IA es una herramienta para potenciar una reforma. Puede automatizar procesos administrativos rutinarios, como la tramitación de documentos, la gestión de registros y la atención al público, reduciendo burocracia y tiempos de espera. Algoritmos de IA pueden optimizar la asignación de recursos públicos y mejorar la planificación e implementación presupuestaria. Sistemas de IA pueden realizar auditorías continuas y monitoreo de transacciones gubernamentales, detectando anomalías y posibles casos de corrupción, y ayudar en la recaudación tributaria. Ya mencionamos los beneficios para el sistema de salud y la educación, también puede ayudar en la inteligencia criminal con análisis predictivo de datos. En suma, puede ser una herramienta esencial para un Estado menos costoso y más eficiente. Pero esto no es un prompt “cómo mejorar el Estado” en GPT, sino un montón de políticas diseñadas por hombres y mujeres con asistencia de la AI.
—En el libro hacen mención de ciertas profesiones, actividades y hábitos asociadas a lo femenino como un posible horizonte, ¿cómo es?
—Lo mismo que es válido para el artista se aplica a la docencia, las tareas de cuidados de niños, adultos y enfermos, las terapias. Estas ocupaciones tienen una alta tasa de feminización, es decir, tienen un alto porcentaje de mujeres. En el libro, sin embargo, nos preguntamos si esto es así porque la mujer está mejor preparada para ejercerlas o si esto es el fruto de un equilibrio cultural que podría cambiar cuando los hombres pierdan sus trabajos. Es una pregunta difícil de responder empíricamente, en el libro la dejamos abierta.
—Existe una idea de que la tecnología resuelva todo lo que el humano hace, por lo que tendría tiempo libre, ¿cómo se reconfigura el ocio, el tiempo libre? ¿Sabremos qué hacer en el tiempo libre?
—Siempre suponiendo que se resuelve el problema económico que hoy resolvemos trabajando, imagino que aprenderemos a hacer lo que nos gusta, lo que ahora hacemos, como podemos y con algo de culpa en nuestro tiempo libre. De hecho, probablemente hagamos algo de lo que hacemos en el trabajo, pero desvinculado de una remuneración. Con lo que la distinción entre un profesional y un amateur se volverá más líquida. Y habrá quienes se pasen la vida frente a una pantalla o se vuelvan religiosos o se creen un club de la pelea para canalizar la ansiedad vital. Pensemos que la ética protestante del trabajo, o ganarás el pan con el sudor de tu frente del Génesis son imperativos culturales, no universales: los filósofos griegos y los aristócratas de las novelas de Jane Austin o Henry James no trabajaban en el sentido mercantil que le damos al trabajo en nuestras sociedades. Llevará tiempo, pero a la larga habrá un cambio cultural. Hacia qué actividades es difícil saberlo, es más difícil proyectar la evolución cultural que el avance tecnológico.
—Hoy se pueden crear imágenes, videos, canciones, trabajos creativos completos con AI, ¿cuál es el valor de la creación humana? ¿Volvemos al aura de Walter Benjamin?
—Así como pedimos un certificado de autenticidad al cuadro de un artista, y pagamos por eso, pediremos “certificado de humanidad” (de la participación humana en la producción de un bien o servicio) y pagaremos por eso. No creo que vayamos a un recital a cargo de máquinas, del mismo modo que nos molesta cuando un cantante mueve los labios, también rechazaremos el arte artificial a favor del artesanal. Si bien habrá consumo de productos artificiales, como ya los hay, el aura de lo hecho por el hombre le dará refugio al factor humano, y de hecho es probable que esta valoración relativa, subjetiva, aumente con la penetración de lo artificial.
—¿Cuál es el costo ambiental del desarrollo de la inteligencia artificial?
—Aún no está claro, porque la tecnología está en evolución, pero no es menor y ya hay quienes alertan sobre este punto. El entrenamiento de modelos de IA requiere mucho poder computacional, lo que, a su vez, consume mucha energía, generalmente de fuentes no renovables. Por otro lado, la fabricación de hardware para IA requiere minerales y metales raros, lo que puede causar daño ambiental. Los sistemas de enfriamiento suman al consumo de energía y los métodos tradicionales utilizan grandes cantidades de agua. Por ejemplo, se estima que los centros de datos que alojan los servidores necesarios para el desarrollo y operación de modelos de IA consumen alrededor del 1% de la demanda mundial de electricidad. Según un informe de la revista Nature, este consumo podría alcanzar el 8% para 2030 si no se implementan mejoras de la eficiencia energética. Por otro lado, se estima que entrenar a GPT-3 consumió 1.287 megavatios-hora de electricidad y emitió aproximadamente 552 toneladas de CO2, equivalente a las emisiones anuales de 110 automóviles en los EE. UU. Y un estudio de la Universidad de Massachusetts en Amherst estimó que entrenar un modelo grande como BERT puede emitir el equivalente a las emisiones de alrededor de 5 automóviles promedio en EE. UU. ///50Libros