“Tanto en el amor como en la amistad, como en el comienzo de un libro, en las primeras frases está contenida la primera impresión, el darse cuenta si vale la pena huir o, en cambio, decidirse a atravesar las grandes aguas, ahondar en esa relación porque lo que nos piden el amor y la amistad, por cierto, lo exige el libro”. La cita es de las primeras páginas de Mirlo. Cuadernos de la amistad, el nuevo libro de Guillermo Saccomanno, que, con un tono nostálgico pero no melancólico, recuerda a los amigos de Villa Gesell.
El tópico del “amor viril”, como él propio Saccomanno lo refiere, aparece con frecuencia en sus libros: ahí están los compañeros de conscripción en Bajo bandera, ahí está Nano Balbo en Un maestro, ahí también está Dal Masetto en Antonio.
Los amigos de Mirlo son los que comparten con él cierta condición de fugitivos —huyen de la ciudad, de la enfermedad, de la violencia del Estado— y cierta necesidad de encontrar aquello que justifique la existencia. “Queríamos parecernos a nuestros héroes”, dice al hablar de Juan Forn. “No lo conseguimos. Pero en la pasión literaria, quiero pensarlo así, nos parecíamos a lo mejor de nosotros mismos”.
Tesis sobre los muertos
El Francés, Juan, Pablo, Riqui, Pepe, Julio: Saccomanno habla de los amigos que están y de los que ya se fueron, y en diálogo y cada invocación construye una autobiografía involuntaria. Quizá sin darse cuenta, hace lo que él dice Adriana, una amiga fotógrafa que retrata a mujeres presas: “Me pregunto si su obra no es el autorretrato más fiel de ella”. La de Saccomanno, entonces, es una autobiografía como en sordina, donde antes que hechos y fechas revela deseos, miedos, terquedades, vacilaciones: “Todo el tiempo me pregunto hasta dónde soy sincero y honesto en lo que escribo. Cómo creerle a un tipo que tiene tantas dudas, me dirán. Pues bien, soy mis dudas”.
Tres años atrás, cuando murió Juan Forn, Saccomanno escribió una despedida conmovedora en Página/12. Muchos de esos pasajes están ahora en Mirlo. Allá le escribía a él, hablaba en segunda persona; acá lo nombra en tercera persona: ¿se escribe a sí mismo? Los recuerdos de cada amigo son leves, fragmentados. “He resignado la ambición de la novela, la totalidad”, escribe Saccomanno. Y más adelante: “La literatura no alcanza para contar a alguien”.
Pero la literatura sí puede ser un punto de encuentro: una clave de entrada en un territorio privado que se comparte. Saccomanno sueña con ese chico que no duerme para leer las desventuras de Silvio Astier o Holden Caufield. Lee la realidad como se lee una novela o un tratado de filosofía: poniendo en tensión la belleza del mundo.
Mañana lloverá en Bouville
¿Cuál es la patria de un escritor? ¿Cuál es su horizonte de llegada? “Todo territorio al que uno llega es un territorio a conquistar”, le dijo Dal Masetto a Saccomanno. Y un paisano: “Cuando en un lugar ya tenés un finado en el cementerio, ese es tu lugar en el mundo”. Los amigos, en un punto, son los factótum de la conquista, son los muertos del cementerio. Él anota: “Me doy cuenta ahora de que debí reformular tanto el dicho de Dal Masetto como el del paisano. No se trata de ‘mi lugar’. Más bien, me digo ahora, prefiero coincidir con la inversión en la idea mapuche de propiedad: ‘No es que esta tierra me pertenece sino que yo soy de esta tierra’.”
En la última entrada del libro, después de la lluvia, Saccomanno espera el amanecer. En pocos minutos, piensa, sus amigos saldrán al día: Julio abrirá el corralón de materiales, Pepe cargará la camioneta de libros, Riqui se irá al noticiero, Adriana se sentará en un médano a meditar. “Está aclarando, se apagó por un instante el canto de los pájaros, el silencio invade la arboleda y se oyen algunos ladridos lejanos. Tres grados bajo cero la temperatura”. ///50Libros