Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a algunos
días, rostros, sucesos que supieron
recorrer el camino de nuestro corazón.
Vuelven de nuevo los cansados pasos
cada vez más sencillos y más lentos,
al mismo día, el mismo amigo, el mismo
viejo sol. Y queremos contar la maravilla
ciega para los otros, a nuestros ojos clara,
en donde la memoria ha detenido
como un pintor, un gesto de la mano,
una sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los ojos no comprenden, la mano ya no toca
el alimento innombrable, lo real.
Este hermoso poema me regala justo las palabras que necesito hoy. ¿Quién no quisiera retornar «a la casa de la infancia, a algunos / días, rostros, sucesos que supieron / recorrer el camino de nuestro corazón»?
Si me lo permiten, sólo quisiera que esta colaboración fuera una pequeña celebración poética. Tal vez a ustedes, como a mí, la poesía les ayuda a sobrellevar los claroscuros del día a día, ¿por qué no dejar, entonces, que sea ella la que hable? ¿Por qué no dejarnos abrazar por la calidez, el ritmo, la dulzura de los versos escritos por la gran poeta cubana Fina García Marruz (1923-2022)?
Quien recibiera, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Literatura (1990), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2007), el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca (2011) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2011), es una de las grandes voces de nuestra literatura, y sin embargo a veces pareciera una voz casi secreta. ¿Cuántos de ustedes conocían su nombre? ¿Cuántos de ustedes la han leído? Les aseguro que ese abrazo valdrá la pena.
Es la suya una pluma sutil y delicada, que abreva tanto en la tradición lírica castellana como en la estética de las vanguardias de la que se empapó con sus compañeros de Orígenes, el mítico grupo formado en torno a la revista del mismo nombre fundada por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo. En Orígenes, Fina compartió lecturas y conversaciones con su esposo, Cintio Vitier, con Eliseo Diego —quien se casara con Bella García Marruz—, con Gastón Baquero, con Virgilio Piñera, con María Zambrano, siempre enamorada de Cuba, y con Wilfredo Lam y René Portocarrero por el lado de las artes visuales. Sin duda, fue la publicación cultural más importante de la época, y un proyecto fundamental de las letras contemporáneas en nuestra lengua.
En la lectura que hizo en 1998, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, Fina comenzó recordando a Federico García Lorca y a Juan Ramón Jiménez, que vivieron en la Residencia, y que fueron especialmente significativos para ella y para Cintio. “…fue nuestra condición, no de poetas —nunca nos hemos llamado así—, sino de estudiantes, de amantes y lectores de poesía, la que nos llevó a escribir”. Es mi condición de amante y lectora de poesía, la que me lleva hoy a traer estos poemas para ustedes.
El primer texto que leyó entonces fue “Una dulce nieve está cayendo”. “Debo aclarar que en Cuba no hay nieve y que por eso mismo tantos poetas hablan de la nieve”. La nieve de Fina “es una mezcla de la dulzura de algunos recuerdos del colegio —contó—, cuando yo veía esos grabados de la nieve para explicarla a los alumnos de inglés”. Pareciera que todo en sus versos apunta siempre a la melancolía. El soneto fue publicado en su libro Las miradas perdidas, que reúne poemas escritos entre 1944 y 1950, y publicado en 1951, cuando ella tenía sólo 27 años.
Una dulce nevada está cayendo
detrás de cada cosa, cada amante,
una dulce nevada comprendiendo
lo que la vida tiene de distante.
Un monólogo lento de diamante
calla detrás de lo que voy diciendo,
un actor su papel mal repitiendo
sin fin, en soledad gesticulante.
Una suave nevada me convierte
ante los ojos, ironistas sobrios,
al dogma del paisaje que me advierte
una voz, algún coche apareciendo,
mientras en lo que miro y lo que toco
siento que algo muy lejos se va huyendo.
Cierro este breve homenaje con dos textos: “Si mis poemas”, del libro Visitaciones publicado en 1970.
Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra gris
junto al agua, o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria, y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.
Y “Al despertar”:
Al despertar
uno se vuelve
al que era
al que tiene
el nombre con que nos llaman,
al despertar
uno se vuelve
seguro,
sin pérdida,
al uno mismo
al uno solo
recordando
lo que olvidan
el tigre
la paloma
en su dulce despertar.
Que estos versos también dulces sean para cada uno de nosotros, como la mejor poesía, un talismán para la vida, para retornar con ella a «la casa de la infancia, a algunos / días, rostros, sucesos que supieron / recorrer el camino de nuestro corazón».
*La Residencia de Estudiantes publicó en PDF esta lectura de una poeta que apenas habrá dado cuatro o cinco lecturas en su vida. En el sitio web se pueden escuchar también alguno de los audios.