“Sí porque él nunca había hecho algo así antes como pedir que le lleven el desayuno a la cama con dos huevos desde el hotel City Arms cuando se le dio por hacerse el enfermo en la cama con esa voz quejosa mandándose la parte con esa vieja bruja de la señora Riordan Dios me libre y me guarde”. Así, con ese fraseo desbocado donde no entra ni un punto ni una coma, comienza Cristina Banegas el monólogo de Molly Bloom.
Banegas: un vestido negro sobrio, el pelo blanquísimo y corto, los pies descalzos, una voz que juega en los registros del susurro y el grito cómplice, el ritmo de un salmo, una sonata. El escenario: una pared blanca descarnada cortada al medio por una tela vertical de un amarillo-anaranjado, un atril negro con una carpeta que contiene las páginas del monólogo y un juego de luces muy sutiles que avanza de derecha a izquierda. El texto: un Aleph desbordante que muestra todos los pensamientos de una mujer desvelada.
La primera vez que Banegas hizo Molly Bloom puesta en boca, la adaptación del último capítulo del Ulises de Joyce que escribió junto a Ana Alvarado y Laura Fryd fue en 2012, en el Centro Cultural de la Cooperación. Pasaron desde entonces doce años —y más de cien desde la publicación del libro— y el fluir de la conciencia de esa mujer singular sigue igual de apasionante y provocador.
Libre soy, se fue la chica ideal
Sartre y Camus, con sus matices, dijeron que la libertad empezaba con decir que no. Molly dice “Sí”; esa es su primera y última palabra. Y en el paréntesis que se abre con la doble afirmación es libre. Cuando canta, cuando recuerda los besos de Boylan, cuando fantasea con el tamaño y la forma de las pijas.
“Molly Bloom es, sin duda, la fiesta más difícil”, escribía Banegas en el libro de la editorial Leviatán de 2015 que tiene su versión del monólogo, “porque no es solamente la ‘puesta en boca’ del pensamiento de Molly, es traducir e interpretar la extraordinaria privacidad, el erotismo, la absoluta falta de censura con la que Molly piensa en su noche de insomnio”.
Joyce, tal como recuerda Carlos Gamerro en su libro Ulises. Claves de lectura, decía que la ausencia de signos de puntuación en el texto era la manera de Molly de soltarse el pelo —y recordemos los complejos peinados de la época—. “Aun hoy”, escribe Gamerro, “la expresión inglesa to let your hair down significa, usualmente en boca de mujeres, decirlo todo, no guardarse nada; y un poco, también, equivale a nuestra más chabacana tirar la chancleta”.
En 1925, el libro ya era un suceso global, pero, hasta que José Salas Subirat logró la epopeya de traducirlo al español, sólo se sabía de él por los dichos de los demás —Roberto Arlt se quejaba de eso en el prólogo de Los lanzallamas—. Entonces, mientras una comisión de escritores empezaba a planificar cómo traducirlo, Borges arremetió con la última página y la publicó en la revista Proa.
En realidad, podría haber sido cualquier página; en un discurso caracterizado por la incontinencia y el cambio de tema, todas las páginas tienen el mismo peso. Pero qué distinta es la alegría elípticamente erótica de esa página (“…estábamos tirados en el pasto de traje gris y de sombrero de paja cuando yo lo hice declarárseme sí primero le di a comer de mi boca el trocito de torta con almendras y era año bisiesto como éste si ya pasaron 16 años Dios mío después de ese largo beso casi pierdo el aliento …”) de la festividad lasciva de otros pensamientos:
“…yo creo que él me las puso más firmas chupándomelas así tanto que me hacía sentir sed tetitas las llama me tuve que reír sí ésta igual el pezón se pone duro por lo más mínimo voy a hacer que siga con eso y voy a tomar esos huevos batidos con marsala que las engorda para él qué son todas esas venas y cosas qué curiosa la forma en que están hechas dos iguales en caso de mellizos se supone que representan la belleza son tan hermosas por supuesto comparadas con un hombre con sus dos bolsas llenas y su otra cosa colgándole o apuntándola a una como un perchero…”
Poner el cuerpo, poner la boca
“La intimidad de este monólogo interior, que Joyce inventa”, escribía Benegas, “hace de Molly una Penélope liberada de la moral victoriana, que ‘empieza y termina con la palabra femenina Sí’, según escribe Joyce en una carta a Frank Budgen. Y esta gran afirmación ‘femenina’ es una celebración de la mujer”.
Durante sesenta minutos, Banegas acompaña la lectura con el movimiento de un baile quieto, leve hasta en el pasaje de las páginas. La sala está en silencio y a oscuras cuando ella entra y está en silencio y a oscuras cuando, luego de los aplausos. Ella no habla; sólo lo hace cuando se transforma en Molly. Su voz capta la atención como el canto las sirenas y nosotros, el público, la escuchamos encantados. ///50Libros
Molly Bloom se presenta todos los sábados de agosto a las 20 en el teatro El excéntrico de la 18° (Lerma, Buenos Aires)