¿Cuántos hechos hacen falta para contar una vida? Mauro Libertella toma algunos de los más significativos de Ricardo Piglia —la publicación de Respiración artificial, el tiempo de Punto de vista, el diario, la enfermedad—, y construye desde ahí un perfil que, de alguna forma, es también una crítica literaria. Como si Ricardo Piglia a la intemperie (Ediciones Universidad Diego Portales) fuera el revés de aquella máxima pigliana que decía que la crítica no era sino la forma moderna de la autobiografía.
Desde la obra de Ricardo Piglia se puede armar un universo literario con al menos dos centros, Borges y Arlt, alrededor de los cuales orbitan escritores como Macedonio, Walsh, Saer, Puig, Gusmán, Gombrowicz, Viñas, Ludmer, Sarlo, Conti, Pauls, Carlos Altamirano, y también, pero como oposición o rechazo: Aira, Lamborghini, Fogwill.
Hay en el libro de Libertella una definición de Martín Kohan que comprueba la importancia de Piglia, a partir de —nada menos— que una cita de Aira: “Aira dijo que cada vez que se hace una generalización sobre la literatura aparece Borges. Es una idea genial. Hay una frecuencia de la literatura que convocan ciertos autores, y a eso podríamos llamar clasicidad. Esa es la definición de Piglia. Tiene esa frecuencia. Convoca a la literatura”.
Piglia intervino en el campo literario considerándolo como un campo de batalla y, con esa idea, determinó sus acciones: leía de manera estratégica, pensaba en términos de generación, tomaba a la crítica como una forma de la vanguardia, instalaba un canon donde meterse a sí mismo. Dice Libertella: “Para él, hablar de política era pensar el Estado, los relatos del Estado, sus ficciones; pero era un modo de leer la realidad que se parecía al modo en que leía literatura: podía hablar de textos concretos, de escritores concretos y al mismo tiempo elaboraba siempre una teoría general de la literatura”.
El invierno con mi generación
Los diarios de Piglia son una clave de acceso a algo más que la vida de su autor: son casi cincuenta años de una experiencia vital y de una historia social de la cultura argentina. En algún momento —como explica en la película 327 cuadernos, de Andrés Di Tella—, Piglia decidió que el protagonista de esos diarios iba a ser su alter ego, y así salieron publicados: Los diarios de Emilio Renzi. El primer tomo cierra con la publicación de su primer libro, Jaulario, que recibió una mención en el Premio Casa de las Américas y salió en la Argentina con el título La invasión —contratapa de Haroldo Conti.
Publicar un libro, dice Libertella, es volverse parte de una generación. Esa palabra, generación, a Piglia le interesaba particularmente. Matías Serra Bradford recuerda que le había recomendado hacerse amigo de sus contemporáneos: “Tenés que tener gente con la que hablar de literatura”, le dijo. Un consejo que Piglia había puesto en práctica desde los años 60. Como quien elige a sus hermanos de armas, antes de publicar La invasión ya tenía un círculo de amistades que incluía a Miguel Briante, Jorge Di Paola, Andrés Rivera, David Viñas, León Rozitchner, algunos otros.
“Es lícito plantear que somos una generación”, escribía en el diario, “es decir, un grupo de personas que tiene experiencias comunes (el peronismo, por ejemplo), que han leído los mismos libros y han elegido los mismos autores, porque la edad es también un problema de la cultura”. Y, luego, en Respiración artificial, una de sus frases más célebres: “¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?”
Tenía 39 años cuando publicó Respiración artificial. Mucho se ha dicho y mucho más va a decirse de la gran novela de la dictadura; elogiada casi de forma automática y unánime —denostada por Aira—. Mauro Libertella postula que la primera mitad de la vida de Piglia podría ser el relato de cómo llegó a escribirla. Hay una suerte de movimiento borgiano que se verifica en Piglia y es el de contar la vida en función de la literatura. Roberto Jacoby dice que Piglia “vivía dedicado a la literatura, no estaba en el mundo real”. Y Alan Pauls: “Cuando publica Respiración artificial algo pasa en él, en el sentido en que parte de ese deseo que lo mueve desde principios de los setenta queda como satisfecho. Como si hubiera ganado una batalla”. (Las bastardillas son nuestras).
Aún cuando Piglia valorara muchísimo los primeros libros —de hecho, en 2011 dirigió la serie del Recienvenido en Fondo de Cultura Económica—, Respiración artificial tiene una sensación de quiebre, de parteaguas. Quizá también tenga una sensación inaugural. Como si La invasión hubiera sido un ensayo. Otra vez Pauls: “Es como si [Ricardo] dijera: llegué a donde quería, no sé qué viene de aquí en más, pero algo de lo que siempre deseé y que siempre sentí que estaba amenazado, logré llevarlo hasta el final y es esto, es Respiración artificial, y soy yo, y publiqué este libro en plena dictadura, y es el libro más político y a la vez el libro más literario, y yo soy el escritor más prestigioso”.
Mi libro enterrado
Página 123: “La pregunta es por qué. Por qué alguien que estaba construyendo esa clase de prestigio, que había trabajado con la paciencia de un orfebre un espacio único en la literatura argentina, se presenta en 1997 a un premio como el Planeta. Por qué”.
Daría la impresión de que Piglia nunca daba un paso en falso, que tenía un gran poder de observación e interpretación. Sabía operar en la realidad según su conveniencia. Pero entonces: Plata quemada. La pregunta de Libertella no encuentra una respuesta satisfactoria. Por lo menos, debería haber algo más que los 40.000 dólares del premio.
Quince años después de La ciudad ausente, Piglia regresaba a la novela con una historia que había madurado a lo largo de tres décadas. La trama aparece ya en el primer tomo de sus diarios; empezó a darle forma a partir de un caso real de 1965: el asalto a un camión de caudales en la provincia de Buenos Aires que se complica cuando algunos ladrones traicionan al grupo y huyen con el dinero, pero son acorralados y terminan quemando el botín.
Libertella le dedica varios capítulos al tema. Piglia ya había firmado el contrato de publicación —y ya habían salido notas en los medios anticipándolo— cuando presentó la novela al concurso, que previsiblemente ganó. Si bien los concursantes siempre se presentan con seudónimo, la novela tenía carteles luminosos que remarcaban la autoría: para empezar, el narrador era Emilio Renzi. Primero salió una nota de Claudia Acuña en la revista Trespuntos con el título “La novela del fraude: la cultura también hace trampa” y poco después Gustavo Nielsen —no puede pasarse de largo la casualidad de que su primer libro de relatos, de 1994, fuera Playa quemada— denunció ante la Justicia a Planeta, a Piglia y a Guillermo Schavelzon, su agente, por fraude.
“Tomé la decisión en caliente y en soledad”, le dice Nielsen a Libertella —que buscó hablar con los actores involucrados—, y sigue: “Una vez comenzado el juicio me alentaron Fogwill y Castillo, y me desalentaron cantidad de escritores y editores”. Nielsen ganó el juicio, pero antes del fallo, el proceso había hecho mella en la editorial y en el autor: en 1998, Piglia aceptó un puesto en la Universidad de Princeton; en 1999, el Premio Planeta Argentina dejó de existir.
Un futuro anterior
La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) es una enfermedad degenerativa que provoca una parálisis muscular progresiva y lleva a la muerte. David Niven, Roberto Fontanarrosa, Isabel Salomón, Stephen Hawking, Sam Shepard, son algunas personas que han sufrido esta enfermedad.
En las páginas finales, Libertella entrevista a Luisa Fernández, la psicóloga mexicana que acompañó a Piglia en los cuidados paliativos y también lo ayudó a corregir los diarios que iba a publicar: “Dictó todos los diarios desde cero. Yo iba archivándolos y tratando de poner orden. Abrimos un archivo de Word por cada año: empezábamos un cuaderno, veíamos que era de 1973, y entonces yo entraba al documento de ese año y seguíamos copiando. Mientras tanto bebíamos un poco, fumábamos uno que otro porro, terminábamos a las dos de la mañana muertos de risa”.
El 6 de enero de 2017, ya con el cuerpo invadido por la enfermedad, escribió con la “La máquina telépata” —una computadora que tenía un software con el que capturaba el movimiento de sus ojos— un texto autobiográfico hecho para la inauguración del bar que ahora lleva su nombre en el edificio de la Biblioteca del Congreso. Cristina Banegas leyó el texto el día de la inauguración.
Ese día, en algún momento, falló o se atoró el sistema que lo ayudaba a respirar y el enfermero que lo asistía no logró destaparlo. Su mujer, Beba Eguía, recuerda en el libro: “Ricardo me miraba como diciendo ‘qué cagada, ¿no?’. Eso fue lo último que hizo. ///50Libros
Con edición al cuidado de Leila Guerriero, Ricardo Piglia a la intemperie salió por la Universidad Diego Portales en la colección “Vidas ajenas”, donde ya habían sido publicados los perfiles de Witold Gobrowicz (por Mercedes Halfon), Pedro Lemebel (Óscar Contardo), María Luisa Bombal (Diego Zúñiga), Nicanor Parra (Rafael Gumucio), y también uno de Mario Levrero del propio Libertella.