Oscar Barney Finn y Mónica Ottino hicieron historia con la obra que en ficcionalizaron el encuentro imposible entre Eva Perón y Victoria Ocampo. A 33 años del estreno, Eva y Victoria sigue presentándose; hace poco la protagonizaron Sabrina Carballo y María Valenzuela —que parecería haber nacido para interpretar a Victoria—, con dirección de Manuel González Gil. El contrapunto es un formato sumamente productivo. Pero también es difícil: la trama no se sostiene en la acción sino en la tensión que se da en los personajes.
Director y dramaturga vuelven a encontrarse en Petrópolis, una obra que toma los últimos días del escritor Stefan Zweig y su amistad con Gabriela Mistral. Protagonizada por Luisa Kuliok, Osmar Núñez y Ligüen Pires, se presenta los martes 3 y 10 de septiembre a las 20 en el BAC (Suipacha 1222). Completa la escena el cello de Rafael Delgado. Barney Finn y Ottino, hay que decirlo prontamente, no serán recordados por Petrópolis. Aún con lo ambicioso de la propuesta, hay cuestiones —en los parlamentos, en lo episódico, en la forma en se intercalan diálogos y la lectura— que no terminan de consolidarse.
¿Por qué, entonces, ver Petrópolis? Quizá porque, como diría Camus, nos enfrenta al único problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Stefan Zweig llegó a Petrópolis (Brasil) junto con su mujer, Lotte Altman, escapando de la Alemania nazi, luego de un periplo que lo llevó por Inglaterra, Estados Unidos, República Dominicana, Argentina, Uruguay. Petrópolis debía ser La tierra del futuro, pero lo que encontró fue la saudade del Paraíso perdido.
Uno llega a la obra conociendo el desenlace: Zweig y su mujer se mataron en febrero de 1942. Con el conflicto desatado en el Caribe y los hundimientos en el Uruguay, Zweig creyó que la victoria de Hitler era inexorable. El mundo había perdido sentido. No deja de ser descorazonador que antes de tomar el veneno, marido y mujer escribieron cartas a los amigos y dejaron en orden papeles y pagos. Si hubieran esperado un poco más, si se hubieran enterado las derrotas nazis en África, si hubieran confiado en que Estados Unidos después de Pearl Harbour, tal vez otra habría sido la decisión. O quizá ya no había vuelta atrás: el horror, el horror.
¿Tiene responsabilidad Gabriela Mistral? En la obra ella le dice que debía comprometerse más en la lucha contra el nazismo y dar su alegato en América, pero Zweig siente la angustia de los perseguidos y el dolor de losa asesinatos.
Unos días después, Gabriela Mistral, que, como cónsul chilena había tenido oportunidad de hablar con frecuencia con Zweig al punto de ser buenos amigos —y en la obra es una figura maternal levemente erótica—, le escribió a Eduardo Mallea:
“Al fin entré en el dormitorio y estuve allí no sé cuánto tiempo sin levantar la cabeza. Yo no podía o no quería ver. En dos pequeños lechos juntos estaba el maestro, con su hermosa cabeza solamente alterada por la palidez. La muerte violenta no le dejó violencia alguna. Dormía sin su eterna sonrisa, pero con una dulzura grande y una serenidad mayor todavía. Parece que él murió antes que ella. Su mujer, que habrá visto ese acabamiento, le retenía la cabeza con el brazo derecho, y toda su cara estaba echada sobre la suya. Al ser separada de su cuerpo, ella quedó con brazo y mano torcidos y rígidos, y habrá que desgobernar el pobrecito cuerpo al ponerla en el ataúd. El rostro de ella estaba muy parecido. No habrá nada que me disuelva esta visión”. ///50Libros