Antes que un “nuevo disco” de Charly, La lógica del escorpión es un acontecimiento y, como tal, debería ser recibido. Siete años después de Random, con Charly bordeando los 73 y en silla de ruedas, hay un cierto aire crepuscular que se extiende por su carrera pero también sobre todo el género. Sinécdoque del rock —ver la tapa de Rock and Roll Revolution, de Fito—, los 52 años que van de Vida a La lógica del escorpión contienen todas las edades de una música que irrumpió, creció, maduró, se consolidó y ahora deja la escena sin grandes explosiones y con algunas domesticaciones.
Sin Spinetta, sin Cerati, con Fito entregado a la nostalgia de sus grandes —grandísimos— discos, Charly es quien todavía hace que el rock nacional huela como a espíritu adolescente. Tal vez en los próximos años Calamaro escriba un par de clásicos instantáneos; tal vez los Babasónicos saquen un nuevo disco desesperadamente bueno. Pero La lógica del escorpión cierra una era. Charly, el que prende y el que apaga la luz.
Como Borges, como Diego, Charly nos enseñó a entenderlo como él quería. Este artículo podría estar escrito solo con sus letras: funcionaría. Tantas frases como las que aparecieron en los carteles de la campaña publicitaria del disco, que tienen la particularidad de estar escritas a medias, con la certeza de que cualquiera que las lea va a poder completarlas de inmediato: “Por favor no hagas promesas sobre…”, “Gozar es tan parecido al…”, “Esta canción durará por…”, “Nena, nadie te va a hacer…” Quizás no haya muestra más prepotente y exacta para demostrar su popularidad. Debe ser el artista que más aportó al léxico popular.
El Charly prolífico que sacaba un disco siempre gigante, siempre perfecto, cada dos años, no existe más. Sacó sólo dos —tres, con el nuevo— en 16: Kill Gil (2010) tuvo una distribución pirata que nunca se aclaró de dónde salió; Random (2017) es bastante desigual, pero tiene una canción como “La máquina de ser feliz” que no solo merece integrar cualquier compilado de Grandes Éxitos, sino que, de haberla presentado en los años 80, sería un hit. Es una canción hermosa que se sostiene en la escala de “I am the walrus”; el mejor Charly es el Charly-beatle.
El prejuicio más extendido es que Charly no volvió igual después de la internación en 2008. Se salvó el hombre; se perdió al músico. Pero Charly se rebela ante esta imagen beatífica al estilo del Alex DeLarge de La naranja mecánica. Él sigue siendo el tipo que se acostaba en camas en llamas: el escorpión de la fábula es el rocker que prefiere morir a cambiar. Hay, sin embargo, una segunda lectura de la fábula. La pobre antena sigue conectada al presente y, así como cuando lanzó la versión remasterizada de La grasa de las capitales, gritó encima del verso “no se banca más” un “¡No se inunda más!”, ahora usa la lógica del escorpión para señalar cómo la sociedad que sigue clavándose el aguijón cada vez que aparece una urna. No es casual que el disco incluya una nueva versión de “Juan Represión”.
La canción de Sui Generis no es la única reversión del disco. Están “Te recuerdo invierno” (bonus track de Casandra Lange) y “Watching the wheels” (incluida en Kill Gil), y también las intrusiones del “Rap de las hormigas” y “Transatlántico Art Deco”. La lógica del escorpión es un disco hecho de citas. Y también de influencias: la presencia continua de los Beatles, pero también Piazzolla y Premiata Forneria Marconi.
Hay cuatro invitados. David Lebón toca la guitarra en “El club de los 27”, un gran blues que juega con los músicos muertos a esa edad y termina vinculando el acto vicario de Cristo y Lennon, y en “La medicina N°9”. Charly entra en la oscuridad de “América” con Aznar y recorre con Fito los lugares comunes de la fama con la canción de los Byrds “Rock and Roll Star” —que se cierra con la figura de “Tomorrow never knows”—. El cuarto invitado es Luis Alberto Spinetta. Charly reversiona “La pelícana y el androide” (incluida en Privé) como si fuera un encuentro onírico del Constant Concept y Starosta. Es una canción hermosa; si no lo es por lo que es, lo es por ese último encuentro. Así se escucha el disco: como una despedida y un homenaje.
Qué importa que no tenga más voz, que le cueste respirar, que las canciones no tengan la complejidad artística de Clics modernos. Quizá haya otro disco de Charly en unos años, pero este es el último disco del rock nacional. Say no more. ///50Libros