Casi al final de El libro de Rachel, Martin Amis dice: todos tenemos problemas, el tema está en qué hacemos con eso. En esa frase se cifra buena parte, si no toda, de la vida moderna. Todos tenemos problemas. Mañana se estrena la película El aroma del pasto recién cortado, dirigida por Celina Murga (Ana y los otros, Una semana solos) y protagonizada por Joaquín Furriel y Marina de Tavira. Por estos días se habló mucho de la película, porque llega con el respaldo de Scorsese —de hecho, es lo primero que sale en los títulos: “Una producción de Martin Scorsese”—, pero quedarse en eso es mirar el árbol y perderse la película.
Luego de haber sido galardonada en el Festival de Cine de Tribeca con el premio a Mejor Guion y antes de participar en la sección Horizontes Latinos de la 72ª Edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, la película se presenta en 37 salas, con plazas comerciales como el Showcase Belgrano, Cinemark Palermo y Cinépolis Recoleta.
El lunes fue la avant premier en el Centro Cultural 25 de Mayo con una amplia cobertura de los medios. Las avant premier son siempre festivas y esta no fue distinta. La directora, los productores y el elenco estuvo presente y recibió aplausos y saludos. En el momento en que se apagaron las luces alguien —una mujer— gritó “Viva el cine argentino” y el aplauso se reavivó cuando apareció el logo del INCAA.
Con una maquinaria que podría entrar en el universo del “what if”, como pasa en Sliding doors (1998), de Peter Howitt y protagónico de Gwyneth Paltrow, El aroma del pasto recién cortado cuenta casi la misma historia desde dos puntos de vista: un espejo que deforma ligeramente la trama para jugar al juego de las siete diferencias.
Pablo (Furriel) es profesor universitario. Tiene dos hijos y está pasando por un bajón marcado en su pareja (Romina Peluffo), con el hartazgo de lo cotidiano. Es un tipo solitario que no tiene a nadie con quién hablar de lo que le pasa; ni siquiera su hermano. Está en la crisis de la mediana edad, que antes se vinculada con los 40 y que ahora se corrió diez años adelante —Furriel es del 74—. En ese momento, casi sin proponérselo pero sin evitarlo, comienza un romance con una estudiante (Verónica Gerez). Es la primera vez que se acuesta con otra persona.
Natalia (Tavira) es profesora universitaria. Tiene dos hijas y está pasando por un bajón en su pareja (Alfonso Tort), con el hartazgo de lo cotidiano. Mexicana en la Argentina, habla con la madre por videollamadas, pero no tiene amigos con quien hablar de sus problemas. En ese momento, tal vez buscando un cambio, comienza un romance con un estudiante (Emanuel Parga). Es la primera vez que se acuesta con otra persona.
Las escenas de familia son en la cocina, en el baño, en el dormitorio desangelado; las escenas de los amantes tiene el ardor de lo furtivo. Como esas rutas de provincia que se pegan y se alejan de las vías del tren, las historias se intercalan, se reflejan. Cuando uno reconoce el procedimiento —algo que pasa bastante pronto—, empieza a prestarle atención a otras cosas: ya no a las repeticiones del argumento, sino a los detalles que los separan. Por ejemplo, cómo viven el sexo y el desempleo sus dos parejas; por ejemplo, cómo el rector de la universidad tol era el affair del varón y “no juzga” el de la mujer.
En última instancia, la pregunta que subyace en la película tiene que ver con esos micromachismos que se dan hasta en los ambientes más progresistas. Y la responde como en sordina, con sutileza. Con inteligencia. ///50Libros