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El legado de Clemente Onelli, a cien años de su nacimiento

Escritor, explorador científico, investigador y hasta cineasta, hoy se cumplen cien años del nacimiento «gringo más criollo» que ayudó a plantear las fronteras argentinas y dirigió el Zoo porteño

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Clemente Onelli
Clemente Onelli y la jirafa Mimí

A sus 62 años, mi abuela fundó una editorial para publicar los libros que había en su biblioteca familiar. Libros que ya no circulaban más. De historia, crónicas, de viajes, de naturalistas. Tesoros. Observaciones de personas que recorrieron el país cuando se estaba construyendo como tal.

Yo trabajé con ella durante algunos años. Los primeros libros que leí, los que más me llamaron la atención, fueron los de un escritor científico italiano de nombre argentino, o al revés. Quizás porque eran de animales. Quizás porque eran cortitos. Uno cuenta el viaje a caballo por los Andes revisando las postas del límite con Chile. Por lagos, valles, picos, peligros, reflexiones, aventuras contadas con gracia y admiración. Otro recopila historias sobre los animales del jardín zoológico que el mismo autor había escrito y publicado en una revista. Así lo conocí.

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Caricatura de Clemente Onelli, director del Zoológico de Buenos Aires. Revista Caras y Caretas, 1914.
Una caricatura de Onelli en la Revista Caras y Caretas (1914)

Clemente Onelli fue un científico, naturalista, conservacionista, geógrafo, arqueólogo, paleontólogo, zoólogo, botánico, explorador y escritor. Por suerte esto último. Nació en Italia pero vivió casi toda su vida en Buenos Aires.

En la solapa del libro, mi abuela decide agregar que era un aristócrata y un constructor de la patria; que era bajo, feo y de pies diminutos. Un personaje singular y una persona fascinante, que fue director del zoológico que está en Palermo hasta su muerte, el 20 de octubre de 1924.

Hoy, que es domingo y es el día de la madre, se cumplen 100 años de ese día. Mi deseo con este texto es que conozcan y quizás entonces quieran a este argentino por adopción. “el gringo más criollo”, lo llamaron una vez.. Viva la patria.

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Nació en Roma, el 22 de agosto de 1864. Era hijo de Vittorio Onelli, abogado romano. El nombre de su mamá no figura en internet. Estudió paleontología y geología en la Universidad de Roma. Se recibió a los 23 años. Era noble, se quedó huérfano y sin un mango, decidió venir a la Argentina. En el barco traía dos vinos y dos dulces para vender cuando llegara. Se los comió en el camino. Era el año 1889.

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Al llegar se contactó con el perito Francisco Pascasio Moreno, que, apreciando su inteligencia y su interés por las ciencias naturales, lo incorporó al personal del recientemente creado Museo de La Plata. No solo eso. Al poco tiempo le encomendó la misión de explorar la Patagonia para buscar fósiles y revisar los límites con Chile.

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Aprendió a leer y escribir en latín, en griego y en francés. Tomó clases de español, que se volvió su lengua de uso, pero antes que eso llegó a aprender el mapuche y el tehuelche.

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"Idiosincracia de los pensionistas del Jardín Zoológico", de Clemente Onelli (Ed. Elefante Blanco)
«Idiosincracia de los pensionistas del Jardín Zoológico», de Clemente Onelli (Ed. Elefante Blanco)

En 1904, a sus 40 años, Roca lo designó director del zoológico en donde trabaja y vive hasta su muerte, 20 años después.

Por las noches sale a pasear para ver si entre los animales hay prófugos, noctámbulos o romances. Es el segundo director del zoológico, que es el primero de Latinoamérica.

Desde las afueras de una ciudad que comienza a crecer con un ritmo vertiginoso, ve el resplandor de las recién llegadas luces eléctricas y se preocupa por cómo preservar a los animales de los estruendos de los primeros autos y los fuegos artificiales.

Asume la tarea con responsabilidad. Dice: “El Jardín no es solo una exposición de fieras, sino una contribución al estudio de faunas, tanto autóctonas como exóticas, a su aclimatación, repoblamiento, crianza, a fin de llegar a las consecuencias prácticas de los estudios científicos”.

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Fue también editor de la revista del zoo, donde publicaba noticias sobre los animales:

Una osa polar se abraza a un lingote de hielo, un caimán se escapa y esconde en una huerta vecina, curiosidades del matrimonio de los osos japoneses, los requisitos para elegir pareja de una avestruz. El relato fascinante del parto de la elefanta Naian, de los primeros en salir exitosos en cautiverio. Y, después, la delicia de observar a la bebita elefanta de nombre Phua Victoria Porteña, “la niña de sus ojos”.

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En su legado están esos textos, está una recopilación imperdible de dichos que incluyen animales, están los edificios del zoo. Las construcciones del estilo del lugar de origen de cada animal son preciosas, pero además son las únicas que quedan en pie: los zoológicos europeos que tenían el mismo formato fueron bases de operaciones durante la Segunda Guerra Mundial, y entonces bombardeados. Ahí paseaba nuestro italiano a comienzos del siglo pasado y ahí podemos pasear ahora.

También hay fotos. Una es increíble. En 1912 Onelli lleva a la jirafa Mimi con una cuerda atada al cuello, recién llegada de un zoo alemán. Del puerto a Palermo, donde está nuestro zoológico, hay unos 6 km. Clemente, de corbata negra y sombrero redondo, y Mimi, elegantísima, los recorren a pie entre las calles mirando el paisaje, sonriendo a los fotógrafos y al público que se reunía para verlos pasar.

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Onelli fue muchas cosas a la vez. Pionero fundamental en la difusión del telar criollo. Crítico, coleccionista y conservador de esta técnica que está hoy tan de moda.

Quería que los tejidos autóctonos llegaran a los museos etnográficos para poder ser estudiados. Quería organizar “talleres” donde se pudieran transmitir los conocimientos de las “viejitas criollas a las damas de la actual sociedad”.

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También logró reunir una biblioteca de veintidós mil volúmenes científicos que desapareció en la privatización del zoo ocurrida en los 90.

También fue uno de los descubridores del monstruo del Nahuel Huapi. Decir “descubridor” es decir mucho. En cualquier caso, un gran agente de prensa de la Patagonia.

¡Y fue director de cine! En 1922 estrenó el corto «El Misionero de Atacama»,  hoy perdido. Eran 9 cuadros y un epílogo, y duraba 15 minutos. El argumento seguía la misión evangelizadora de un fraile franciscano español durante la colonia en lo que hoy es Jujuy.

En sus palabras: «Quise proporcionarme un film a mí mismo, harto de los perfiles de enorme mandíbula de los “cow-boys”, que siempre ponen al pecho el revólver; (…) harto también de las estrellas de la pantalla, eternamente rubias, eternamente con ojos claros y en blanco. Esta cinta es bien nuestra».

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Onelli murió hace cien años, a los 60, en el Zoológico. Lo recuerda allí un busto en homenaje pero no consigo enterarme de dónde está enterrado. Cuando mi abuela se murió, un año antes de que ganáramos el mundial, la enterramos en uno de esos jardines de zona norte con mucho pasto, mucho sol y pocos visitantes. A modo de compañía, dejé los libros de Onelli que ella había  publicado.

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El zoo no es más zoo. Ahora tiene nombre de Ecoparque y una función educativa y social. En los últimos años se llevaron a cabo distintos procesos de reinserción de los animales en sus hábitats naturales. Pero algunos siguen ahí. Porque son viejos o están enfermos ¡o porque son muy altos! Hay jirafas, hipopótamos, elefantes, tapires, bisontes. Se pueden ir a visitar, o al menos intentarlo: está abierto de 11:00 a 18:00.

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Todas las mañanas en que el tiempo está lindo paso con la bicicleta que me lleva al trabajo por el costado, por Sarmiento. Tengo esa suerte. Desde la bici llegó a ver a  los ñandúes y las maras, y a veces a los guardaparques entrenando un aguilucho. Veo siempre un grupo de taxistas con bolsas de facturas y termos de mate y café. Un caniche blanco, alto, que tiene una colita en la frente, los acompaña y hace una pausa en su recorrido para dejarme pasar.

También llego a ver a las jirafas, son dos. Viven en su casa de estilo africano y lunares como ellas. En general están comiendo pastos que parecen hilos colgando de unas jaulas abiertas sobre palos de madera. Las veo casi todas las mañanas y aún así, cada vez, creo que son una aparición. De movimientos balanceados, como un baile lento, estiran sus cuellos eternos y mastican con la boca de costado. Alcanzo a ver las miradas concentradas, los dientes blancos, las lenguas que se enredan.

Tengo que hacer un esfuerzo para despabilarme y volver a la bicisenda. Empieza el día laboral. //50Libros


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