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«Cometierra» en El Picadero: leer sigue siendo un acto de rebeldía

El sábado pasado, cientos de personas se congregaron para leer la novela de Dolores Reyes, como una respuesta a la censura de parte de ciertos sectores del gobirerno

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Lectura colectiva de "Cometierra", de Dolores Reyes, en el teatro El Picadero
La lectura colectiva de «Cometierra», de Dolores Reyes, reunió a unsa cuatrocientas personas en el teatro El Picadero

Hay mucho cinismo alrededor de la lectura colectiva de Cometierra. Es un cinismo demasiado inteligente, sofisticado, elegante: un cinismo de sushi club. Parecería, entonces, que lo que pasó el sábado no merece más que el tuit ingenioso o el párrafo final de los newsletters de cierta intelligentsia ilustrada que te explica cosas. Y, sin embargo, ni el cinismo del tuit ni el del newsletter pueden evitar dar cuenta de lo que pasó: el sábado por la mañana hubo cien personas en el escenario del teatro El Picadero y otras trescientas en el auditorio que se plantaron ante el ataque del gobierno —uno más— contra la cultura.

El INCAA, el Gaumont, el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Nacional de la Música, la CONABIP, el Programa Sur. Desde que llegó al poder, el gobierno, amparándose en el gasto o la ideología, ha ido desarticulando todas las instancias de la cultura. En este contexto, el ataque a los libros es un ladrillo más en una pared que busca segregar al otro, al que piensa distinto, al que piensa. Y, si bien esta vez los libros podrían considerarse como el daño colateral de otras batallas —el control de la provincia de Buenos Aires, la educación sexual integral, el feminismo—, no deja de ser una nueva intimidación, una nueva provocación, un nuevo intento de sometimiento.

Son cuatro los libros que quedaron en el centro de la polémica. Además de Cometierra, de Reyes, están Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; Las primas, de Aurora Venturini; y Si no fueras tan niña, de Sol Fantín. Todos forman parte de un paquete de libros que adquirió el Ministerio de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires. No parece una cuestión menor que sean libros de cuatro mujeres.

Liliana Heker y Juan Sasturain en la lectura colectiva de "Cometierra", de Dolores Reyes, en el teatro El Picadero
Liliana Heker y Juan Sasturain en la lectura colectiva de «Cometierra», de Dolores Reyes, en el teatro El Picadero

Entre la desinformación, el aparato mediático que se alimenta de los escándalos y la granja de trolls que amedrentan cualquier disenso, se busca imponer como verdad incuestionable la falsedad de que “están obligando a leer pornografía a niños de 14 años”. No es la intención abrir otro frente de debate, pero la frase, casi textual, fue dicha por la misma persona que propuso bajar la edad de imputabilidad a 12 años: son niños para leer la palabra “pija”; son hombres para ir presos. Sin embargo, el sintagma obligación-pornografía-niños no es inocente. Cualquiera que esté en contra del escrache cae en la sospecha de ser pedófilo.

Eso fue lo que le pasó a Martín Kohan. En una entrevista en una feria del interior dijo: “Les gusta la libertad económica, pero cuando se trata de la libertad de expresión o de lectura, ya no les gusta”, y automáticamente lo lincharon en redes sociales. En esa misma entrevista, Kohan también decía algo por demás evidente: los más interesados en censurar la novela de Reyes nunca la leyeron. Entonces: ¿qué hacer? Hay que leerla. Y leerla en voz alta. El silencio se rompe con palabras.

Los cínicos del sushi club dicen que el sábado un centenar de personas se disfrazó de escritor. Al contrario: las cien personas del escenario y las trescientas del auditorio fueron —fuimos— lectores. Y leer, aunque parezca mentira, sigue siendo uno de los actos de mayor rebeldía. Como escribió Stephen King en Twitter: “Chicos, si prohíben un libro en la escuela, vayan lo antes posible a la librería o biblioteca más cercana y descubran qué es lo que no quieren que lean”.

Gabriela Cabezón Cámara lee el comienzo de "Las aventuras de la China Iron" en el teatro El Picadero
Gabriela Cabezón Cámara lee el comienzo de «Las aventuras de la China Iron» en el teatro El Picadero

Lo del sábado, por supuesto, no alcanza. Como tampoco alcanzaron las clases abiertas que se dieron hace unos meses frente al Gaumont. En un punto, creo que quienes participamos en el ambiente cultural somos responsables de la situación a la que llegamos: tenemos que participar más en el debate público. Tenemos que levantar puentes con la sociedad: explicar, intervenir, sensibilizar.

Después de Cometierra, Fantín leyó unas páginas de su libro, Claudia Piñeiro leyó el comienzo de Las primas, de Aurora Venturini (1922-2015), Gabriela Cabezón Cámara leyó el comienzo de Las aventuras de la China Iron. Los mismos medios que pusieron en portada el orgullo que representaba que la novela de Cabezón Cámara fuera finalista del prestigioso International Booker Prize son los que la tacharon de ser una «versión lésbica» del Martín Fierro. La literatura es un campo de tensiones irresueltas.

Estoy seguro de que, si antes de entrar, nos hubieran preguntado a cada uno por qué estábamos ahí, hoy tendríamos cuatrocientos razones diferentes. Cada uno llegó con su motivo particular, pero todos, en comunidad —comunidad: qué palabra tan revulsiva para esta época thatcheriana—, entendimos que algo había que hacer. Por poco o simple que fuera, algo había que hacer. Yo no participo en asociaciones de escritores, casi no firmo declaraciones conjuntas y Cometierra no está entre mis libros favoritos, pero estuve. Los cínicos hablarán del progresismo biempensante, dirán que fue un acto superfluo, inofensivo. Yo creo que había que estar, había que decir: Viva la libertad de lectura, carajo. ///50Libros


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